Las calles la recibieron frías y solitarias. Llevaba una mochila raída por otros vientos, llena de inútiles desilusiones que le trajeron cuando soplaban más favorables.
Lo único que pudo salvar del derrumbe de su casa fue un recuerdo, fue un reproche que dobló y guardó al fondo del macuto.
Cargada, con ese silencio del hambre, se alejo de la recesión que le había escupido del trabajo, de las facturas que la estrangulaban.
Los sueños eran baratijas que los prestamistas no admitían en depósito. Demasiado pronto tuvo que vender lo único que le importaba y se conformó con el frio y alguna fruslería sin valor.
-Vera- le dijo otro caído – al menos podemos intentar dormir calientes.- Y se dieron calor, juntándose para que no se escapase ni una sola brizna más de esperanza.
LaRataGris







