Viento de no cambio

El viento que nos movía se había detenido de golpe. El velero se mecía sobre una bandeja de plata mientras nosotras quemábamos el tiempo en caladas lentas y profundas. Aspirábamos y pasaba una hora, expulsábamos una nube que se quedaba enganchada en el cielo y otro instante, otra hora, una vida.

Al amparo de la calma chicha, rodeados de un desierto de aguarumores, nos giramos hacia el capitán buscando algún consuelo.

– Somos- vosotras quería decir- las que tenemos que soplar-. Y claro que era un tenéis muy alejado del tenemos. Que absurdas sonaban las obligaciones en esa mar congelado.

La naturaleza contaba chistes de nuestra situación y nosotras; hombres y mujeres de la tripulación, le hicimos caso al capitán, porque era lo que siempre habíamos hecho. Estábamos acostumbrados a que nos meciese el viento, que solo él, el capitán, general de mil guerras, fuese nuestro guía.

Soplamos y soplamos hasta quedarnos sin aliento y ni así aprendimos de nuestros errores. Preferimos morir bajo sus ordenes a remar en otra dirección.

LaRataGris

Otros mares.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.