Tenía treinta y tres años en la espalda y un mundo pequeño, no más allá de donde alcanzaba su vista. Se lo comía en dos bocados, sin explicaciones, el era el amo y todos los animales lo sabían, callaban, obedecían. Conforme fue creciendo todos empezaron a parecer peces muertos siguiendo la corriente, el mismo no tenía fuerza para mucho más que para tumbarse a temer lo inevitable.
No podía comer, no quedaban alimentos y la realidad le pedía explicaciones que no estaba dispuesto a dar- ¿ por qué lo has malgastado todo? – y fingía sordera, un dolor en la garganta, cualquier indisposición que solo le permitiera escribir una nota que leer por televisión. – saldremos adelante, tened fe, ya se intuye menos hambre- pero la vida seguía sin ser un anuncio, todo parecía morir en la realidad negada. Se había prohibido sobrevivirla para que el pudiese seguir ostentando el poder sin más.
LaRataGris