Al final de los créditos de una película, con la última página de un libro, cuando las luces se apagan y la cabeza pensante que ha urdido todo aquello se va a dormir, la industria hace su balance de daños. Calcula los beneficios repartidos y se plantea la viabilidad de una segunda parte y en que condiciones.
Segundas partes nunca fueron buenas, salvo en asumidas excepciones. Hay que limitarse al esquema de la primera o alejarse tanto que pierde la esencia original. Por norma estamos condenados a escuchar una y otra vez la misma historia, a que nos la vuelvan a explicar. La clásica chico conoce chica, cambia al hombre, la mujer, ambos, dos muchachos, tres adolescentes, perro meet gato…mil variaciones según zona geográfica, target o número de calzado. La acción definida por el número de explosiones; siete patadas en el estomago, veintitrés puñetazos en los genitales y el bueno ganara parando balas con los dientes. Comedias de lo soez, alguna un poco más surrealista, que dramón que el género sea la excusa para aburrirnos una y otra vez, una y otra vez. Quizá si nos atreviésemos con otro principio, si tras los créditos se leyese un continuara para ahondar en la psique de los personajes, las motivaciones, su futuro. Dejemos las luces encendidas y que sea el artista, no el industrial, quien decida su rumbo. Que si en algún momento su corazón varia el ritmo pueda explicarlo y no sea sustituido por algún becario al que papa le da de comer.
LaRataGris