El caminante, Don Diego de Salazar, pequeño, de cadencia bamboleante; zigzaguea por las calles sucias de la ciudad. Por fin regresa a casa tras empalmar noche tras noche una semana de compadreo con los borrachos locales y dormirse de bar en bar.
-No esquives el camino de regreso- le pide una estrella- Si acabas al borde de un abismo puede que te levantes precipitándote a la muerte.
Pero él ya caminaba en la cuerda floja desde que nació en un orfanato muy cristiano, se pregunta sobre quien se atreve a marcarle los lugares conflictivos- Yo soy quien decidirá con quien me peleare esta noche – grita y regresa sobre sus propios pasos, con la determinación clara y los objetivos vacíos.
-Ojala- le llora la luna- tu cabezonería te llevase por mejores sendas, donde el ciego no es guía y los trayectos no parecen tan claros.
LaRataGris