El poderoso señor salió al balcón. Unos inmensos jardines, repletos de aguerridos guardias, lo separaban de la muchedumbre furiosa que se agolpaba ante su, inmoralmente, lujoso palacio.
-¿Qué es esto?- le reclamó a su mayordomo, señalándose la nariz mientras la arrugaba en un gesto de desaprobación.
-Es el olor a pobreza, Sire.
Dilató las fosos nasales para dejar entrar la horrorosa fragancia- ¡Que asco! y ¿no podrían dejar de ser algo menos…. pobres?
-No en estas condiciones, Sire.
Anegado de arcadas se dejó caer sobre un precioso palanquín- ¿cómo es posible que aquí nos alcance su hedor?¿ Acaso su peste es Capaz de sortear kilómetros y kilómetros de un jardín que les es prohibido?
-Si- respondió acuchillando varias veces su garganta- ya que la pobreza también habita dentro de sus muros.
-¿Ya?- tras una sombra apareció el cocinero.
-Si, ya puedes decir que habrán las puertas a todo el mundo. Somos libres para vivir nuestros propios errores.
LaRataGris