Caminaba recto, erguido como una tabla de madera, la cara mirando al sol. Su voz, profunda como la boca de un lobo, era potente, segura. Sabia lo que quería y exigía, ordenaba a su antojo. Estaba en un puesto de responsabilidad máxima, donde se le permitiría cualquier locura. Le habían asignado un equipo al que maltratar, que le odiaba por lo que representaba pero más por lo que era. si hubiesen podido le habrían clavado un cuchillo en el cuello. Aunque ahora, evidentemente, eran más civilizados, tanto que unos tenían que exigir mientras los otros callaban. Era una sociedad de expectantes asesinos que jamas se liberarían de sus restricciones.
LaRataGris