Nadie podía quitarle la razón. La guardaba en una cajita de guisantes congelados, junto a muchas otras cosas sin las que la vida carecía de sentido. Allí tenía algunas nostalgias y el sabor de la menta.
De tanto en tanto se acercaba hasta la estantería en la que le había hecho un hueco a su tesoro y, allí, se pasaba un rato oliéndola.
Mucha gente le decía-Estas loco, Martín- Pero, como ya os he explicado, el tenía toda la razón. Por eso se había hecho impermeable a este tipo de comentarios. Con su caja y muy pocas ganas de escuchar era suficiente. Era tan feliz en aquel pasado que, un día, cuando acabó su caja de cereales, la reservo para alguna de los cosas que se le habían quedado fuera.
LaRataGris