El reloj, implacable, continuaba con su lento devenir, marcando el compás de nuestra desdicha.
Cero siempre iba acelerado, un punto por encima de la cadena de montaje. Entre pieza y pieza, en treinta segundos, encontraba el instante para otra imaginaria. Mientras el resto sudábamos él sonreía fresco.
-¿Has visto eso, Zeta?
– Calla, Cu , sabes que no es el momento.
«Prohibido hablar entre nosotros”, “prohibido interactuar”, “prohibido hacer algo que no tenga que ver con la producción».
Las normas eran tajantes y, aunque en ningún momento se nombraba castigo alguno, todos sabíamos que existía, que debía ser terrible.
Seguro que Cero había sido amonestado alguna vez, por eso era tan eficiente.
El reloj volvió a hacer un tic, otra pieza revisada, empaquetada y lista, tac. La alarma para el descanso sonaría en apenas mil ciclos.
LaRataGris