Sentía que su autoestima era baja, inexistente. El espejo, para el no tenía virtudes, señalaba todos y cada uno de sus defectos. Era ciego a su inteligencia, incapaz de reír con sus gracietas y, por supuesto, no la consideraba lo suficientemente guapa, no para lo que exigían los cánones de belleza actuales.
Era una puta mierda, un cero a la izquierda pequeño y repugnante.
«Solo un mal día», le gustaba repetírselo pero la realidad mandaba y ella obedecía. Se hundía mucho más en barro y desesperación, «puto espejo», asumió el discurso, se lo habían repetido tantas veces que…
«A la mierda, a la mierda, a la mierda». Débil rompió su reflejo con las manos desnudas. Sus nudillos sangraban y con la sangre escribió en el suelo «tengo cosas por hacer». Salió desnuda a la calle, donde no había espejos vigilantes. Se sentía libre para ser feliz, fue feliz, fue muy feliz abriendo en canal a todo el que se le pusiese delante.
«Lo que importa es el interior, me lo decíais tantas veces mientras me criticabais. ¿Queréis que adelgace?¿ Qué sonría?¿ Qué os enseñe las tetas y os ponga mi coño en bandeja? Ya no soy la chica tonta que conocisteis, ya no me escondo.»
Tenía la autoestima por las nubes y un cuchillo de carnicero.