Poca gente sabe que nosotros siempre hemos volado. Primero libres, era un sueño del que no podíamos despertar, más tarde llegó un viento, uno como no había existido jamas, y él empezó a mecernos con cariño.
Parecía querer acariciarlo todo con sus lenguas ráfagas, de una forma suave y fascinante, por eso nos dejamos querer.
Era hipnótico dejarse llevar por sus vuelos erráticos, hojas de otoño danzando en un ballet improvisado. No había quien, en algún momento, no se quisiera mecer en el vaivén arrítmico de su ir y venir. Dejamos la vida por estar de su lado.
Un día, sin más, desapareció como había venido. Quería nuevas texturas que no eran las nuestras. Era un viento más grande que el que habíamos conocido. Cada día crecía más y nosotros, que habíamos dejado de volar por nuestra cuenta, le quedábamos ya pequeños.
Fue en ese instante en el que morimos. Unicamente sabíamos lamentar su perdida, sin darnos cuenta que ya solo recordábamos la manera caminar a una cárcel cercana.
LaRataGris