A cada amanecer se le pedía que la vida estallase, como en la parte alta de la montaña rusa, intuyendo una caída que nunca iba a llegar.
Queríamos la adrenalina sentados ante alguna pantalla: realidad, que sea virtual o no sobreviviremos, hecha a medida para sentirnos intensos pero protegidos.
Nuestra pesada coraza, perfecta para hundirnos en el pasmo de la desesperación, tenía que hacernos volar.
¿Qué pasa si te desnudas? Caminas ligero, no sabes flotar. La vida punza, ríe, te vomita y aprendes del aburrimiento, la espera, el silencio y los gritos de los amigos, un beso infectado y el miedo. Intensidad, riesgo, también descanso para que no se te quede esa cara de velocidad que tanto puede doler en su inexpresión.