En su interior habitaba un monstruo terrible, casi invisible tras la piel fina y delicada.
Por fuera sus movimientos eran directos, pero elegantes, cariñosos incluso. Siempre sonreía aunque un día podía cansarse, todos tenemos nuestros límites.
Entonces me agarraba con fuerza del pelo y me lanzaba con furia hacia sus fauces descubiertas, me arrancaba de la vida porque era la única forma que tenía de enseñarme.
-¡Ves, puta!-me gritaba.
No tenía argumentos para hacerme suya. Me decía que yo le sacaba de quicio, que le hacía sentir nervioso en su huésped y, por eso, necesitaba explicármelo a golpes. Me corregía, intentaba hacerme mejor persona porque el ya se daba por perdido. Para él, es algo que yo le podía enseñar, solo quedaba la muerte.
LaRataGris