Allí estaba frente a la bestia más terrorífica que te puedas imaginar, Elgar el magnífico. Su coraza estaba hecha añicos sobre el suelo de la gruta, ya no portaba escudo, también destrozado, ni empuñaba arma alguna. Se encontraba desnudo, paralizado, atrapado por un pánico atroz y desgarrador.
Con un esfuerzo sobrehumano, para que sus músculos respondieran, giró sobre sus propios pasos, ocultándose entre las rocas, aprovechando cada sombra para que la formidable criatura no pudiese poner fin a su huida.
Fue un retorno horrible, siempre mirando sobre su hombro, midiendo cada paso. Por fin llego al pueblo que había jurado defender.
-Entonces, ¿no eres el héroe al que le pagamos un adelanto?- le gritó el poeta.
-No- respondió avergonzado-. Solo soy un hombre sin fuerza, uno como vosotros, con vuestro mismo miedo.
Armados con piedras, viéndolo débil, se lanzaron contra el otrora paladín. Golpearon entre cien hasta derribarlo, gritaron, bebieron su sangre y, enardecidos por la victoria, avanzaron como un solo ser vivo, dispuestos a enfrentarse a su profundo terror.
Era más grande que cada uno de ellos por separado, más poderoso, pero nada podría contra su furia, se habían comido el corazón del guerrero y ahora ellos eran el héroe…
LaRataGris