La araña había tejido su casa con finas palabras de plata; su hogar, también su prisión.
Se deslizaba como quien todo lo sabe, con la seguridad de ser la primera en hablar y no esperar respuesta. Si algún insecto se enganchaba en su trampa lo envolvía en un discurso preparado. No dejaba que su interlocutor pronunciase ni un suspiro. -Que se seque y el tiempo y el hambre lo vuelvan jugoso, permeable a mis colmillos argumentos.
LaRataGris