-Buenos días- así empezaban todas las reuniones.
Alberto entraba el último por la puerta, incapaz de comprometerse con una hora. Saludaba siempre con su sonrisa canalla y el grupo le devolvía su bueno días levantando una segunda cerveza, todos menos Irene que se removía intranquila en su cuarto café.
Eran reuniones rápidas, más como una excusa de verse una vez al mes, no tanto para concretar la línea editorial.
Se conocían de hacia tanto tiempo que sabían de que pie cojeaban, su amistad era suficiente para repartir los artículos a la intuición de cada cual.
-Ya no podré venir más -Anna rompió la dinámica -tengo trabajo nuevo y el horario…
Sabían que en algún momento les iba a tocar crecer y este instante parecía el adecuado.
-Busquemos otro día- nadie quería perderse en el mundo después de que la noticia cayese como un jarro de agua fría. El periódico los había atado emocionalmente pero no daba para comer.
-¿El lunes?- quien podía el lunes le era imposible el martes y el jueves Germán tenía rehabilitación. Saray repartía los fines de semana, Teresa quería pero su padre…su hermano solo podía quedárselo los viernes.
Quedaron en llamarse, en concretar otro momento y se fueron despidiendo como si ya no se fuesen a ver jamás.
Alberto siempre apuraba hasta el último segundo, nadie lo esperaba ni lo esperaría. Miró la mesa llena de botellas vacías, de papeles garabateados con sueños, se acababa una época.
LaRataGris