Hacía frío, un frío que le cortaba la piel como un cuchillo al rojo vivo. Aún así se desnudó después de rozar con la yema de sus dedos el cálido caldo del cielo más profundo.
Había escalado la cumbre más alta del mundo real y había seguido un poco más allá.
-Ya está- Le susurraba el viento sin que fuese suficiente-. No necesitas subir más.
Pero claro que lo necesitaba.
Fabricó unas alas y, como Ícaro, se impulsó con ellas un poco más arriba hasta zambullirse en el líquido en el que flotan las estrellas.
Nadó por todo un día. Se dejó acunar hasta que cansado del remojo quiso bajar. La corriente lo había mecido hasta que el pequeño espacio que había entre él y el pico ya no estaba; la deriva lo había alejado hasta que la distancia desde la tierra hasta él era la misma que hubiese tenido que nadar para llegar a la luna.
Intento desplegar sus alas de cartón, arrugadas y mojadas, inservibles.
Pronto sería de noche y tendría frio, ya no le daba calor la novedad y la caída era considerable.
Asustado y sin más opciones tomo una fuerte bocanada de aire, se sumergió, nadaría hasta que despuntara el alba, hasta llegar a salvo a la luna.
LaRataGris