Nadie sabía cuando iban a aparecer, dónde o por qué. ¿Quienes eran esos salvajes que llegaban arrasándolo todo?
Venían con la cara cubierta y el ruido de los motores marcando el ritmo de sus pasos. Sonaba su himno, con olor a gasolina, y la gente abandonaba las calles. Buscaban cualquier refugio de aquellos vándalos y se escondían a temblar de miedo. Solo se atrevían a salir si escuchaban aullar las sirenas, no inmediatamente; llegaba la ley y el orden. Media hora, una y un silencio les indicaban que todo había terminado.
No fue así aquella vez, las alarmas se alargaron más de lo deseable y en el silencio el caos seguía allí.
La horda continuaba en su orgía de destrucción. Las primeras cabezas rodaron como balones. La gente corría asustada porque el nuevo orden era el mismo pero con distintos guardas y los nuevo aún no querían aparentar.
LaRataGris.