Nuestras migajas

-¡Que no nos quiten las migajas! – gritaba agradecido de ser pobre. Le habían dado un altavoz, le habían indicado la consigna y le pidieron que la repitiera. – ¡Que no nos quiten nuestras migajas!

Se lo decía a los otros pobres; lo gritaba al viento para que todos supiesen todo lo que había en juego, todo a lo que tenían que tenerle miedo.

Había que conformarse con la limosna – Que no nos quiten las migajas, por favor-. Como un cántico de una única y fallida revolución.

Pide amablemente los restos, que nos cuiden los benefactores: que nos mantengan vivos y si morimos que sea una muerte dulce y sin dolor. – ¡Que no nos quiten las migajas! que es lo único que tenemos- y aún así no perdemos el miedo a quedarnos sin esta nada – Que no nos quiten las migajas.

Con que poco nos conformamos, con que poco comemos- Que no nos las quiten y callaremos y no nos quejaremos y trabajaremos y seremos buenos si no nos quitan las migajas, pero que no nos las quiten que ya no sabemos defenderlas.

laRataGris.

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