Todos conocían a Ismael. Se había convertido en toda una celebridad, a la que esquivar encantados, por su lengua larga, kilométrica. Para él no existía respuesta corta. Era un locuaz interlocutor que no parecía respirar entre palabra y palabra. Cogía carrerilla y hablaba, vaya si hablaba.
Aunque no siempre fue así. De pequeño se escondía en su mundo de magia y superheroes. Si alguien le preguntaba, si no podía evitarlo, respondía con un inaudible gruñido que hacía las veces de: si, no o tal vez. Dependiendo de lo estúpida que fuese la pregunta.
Su madre llegó a pensar que era mudo. Visitaba a médicos y logopedas sin demasiada fortuna. Consultó a todos los profesionales que pudo, incluso a los alquimistas que trabajan para las farmacéuticas y los vendedores de aire con títulos chamanísticos, hasta perder la esperanza. A punto de perder las fuerzas con las que continuar dio, por casualidad, con el buscador de palabras.
El buscador se sentaba frente al niño, callados los dos. Ismael lo observaba, miraba la habitación, los cuadros de perros peleando por un trozo de carne podrida, las figuras pasadas de moda sobre la estantería, los bolígrafos que había traído, al hombre de nuevo, el suelo sucio, el techo amarilleado, el buscador, un libro abierto sobre la mesa, las uñas mordidas, él, el reloj, la ropa,…y tres días así fueron suficientes- ¿por qué no dices…?-antes de que Ismael acabase la frase el buscador se abalanzó sobre ellas como si viese una cuerda salir de entre sus labios. Tiró de ella con todas sus fuerzas y tras las primeras salieron enganchadas en torrente- oye, ¿qué haces?, para, me estas vaciando, no, para, no quiero…mis palabras, mis preciosas palabras- dos semanas después, siendo un saco de piel y huesos no podía parar de hablar, para desdicha de sus conocidos.
– No podrías pararlo un poco- dijo su madre
– No es mi trabajo.- contestó el buscador- Ademas usted tiene lo que quería, aunque el siga sin decir nada.
LaRataGris