Él se había sentado en mitad de la calle, donde hacía rato que ya había pasado la manifestación. Así que ni gente protestando ni policías lo molestaban, solo transeuntes paseando y esquivándolo como si no existiese.
Y nadie se hubiese dado cuenta de él si no hubiese sido porque un huelguista, amigo suyo, lo echó en falta.- Quillo!!!- le gritó- que estamos aquí.- Y, de repente, la masa reivindicativa, los cuerpos de seguridad se giraron al unísono para ver cómo declinaba la oferta.
– Ýa, pero prefiero protestar aquí sentado, creo que sera más efectivo.- Al escuchar aquellas palabras los líderes revolucionarios se subíeron por las paredes de sus chalecitos. Cogieron el teléfono y se llamaron entre ellos para ver si estaban viendo la misma noticia sobre su huelga y sí, ninguno daba crédito a lo que escuchaba, un disidente de la disciplina del partido.
En petit comité y con carácter de urgencia se decidió pedir disculpas a los dirigentes de la ciudad, que tan amablemente habían cedido un callejón sin salida para la protesta. Se envió una carta abierta a la prensa gritando muy fuerte que el manifestante solitario sería amonestado y, por último, una delegación se acercó hasta donde él estaba sentado para hacerle desistir de su actitud antidemocrática.
– Debería acompañarnos para que podamos seguir manifestándonos con total tranquilidad- le dijeron- piense que cuestionar la estrategia le hace un flaco favor a la causa, que nos costó mucho convencer a los opresores para que nos permitiesen este acto simbólico y mover a tanto oprimido es una tarea ardua y difícil. Por favor, no nos obligue a llamar a la policía por su comportamiento absurdo, no tiene los permisos necesarios para su lucha.
Pero no entro en razón, apelando a sus ideales, a la repercusión que estaba teniendo su actitud se sentó, si es que se puede, con más fuerza, como si echase raíces en el pavimento y esperó a que los manifestantes ortodoxos, junto a los perros del estado, vinieran a deslucir su protesta. No sirvió de nada. Las ostias cayeron desde todos los lados y, aunque dolían, eran más satisfactorias que ser invisible.
LaRataGris.