Aquella mañana se limpió la sangre de la cara y, cogiendo su mejor traje; un chándal que parecía hecho con papel de charol rojo, zapatos de tacón lila, y una diadema llena de flores; salió dispuesta a comerse el mundo.
Pisaba decidida las calles, saludaba a sus vecinos y sonreía. A algunos los conocía del trabajo: venían a pegarle amparados en el secreto profesional .
Por veinte euros podían marcarle el cuerpo, tatuado de cardenales que cada vez costaba más que se fueran, luego no tenían por que decirles nada a sus mujeres e hijos.
Contentos del servicio siempre dejaban una buena valoración en las redes, cinco estrellas y algún comentario positivo. Pegarle era un acto de caballerosidad, una ONG para no hacerla sentir como una mendiga, ella se ganaba su salario. El mundo no podía ser más perfecto para todos, con sólo fingir aceptaban sus propias mentiras y ella podía pasear con su mejor traje.
LaRataGris