La ciudad era un lago de luz en el que ahogarnos cada noche. Habíamos seguido su rastro replasdenciente como pequeñas y crujientes moscas hipnotizadas por sus haces luminosos.
Siempre había alguien que te prevenía para que no te alejases- Siga la senda marcada, no se pierda.
Toda urbe era construida pensando los caminos. Los altos edificios proyectaban sombras por los rincones potencialmente peligrosos. Condenaban los callejones a la oscuridad más absoluta para que solo su senda fuese visible.
Aunque, si buscabas, siempre podías encontrar esas calles sin salida, donde se amontona a los desheredados, pero ¿quién querría buscar?.
Yo siempre era de los privilegiados. Siguiendo el rastro de las miguitas de pan, era imposible que me perdiese. Yo llegaría al lago de luz y tendría el privilegio de morir asfixiado en el. Yo era uno más, enamorado de lo cotidiano, fingiendo ser el rey de mi vertedero. Por eso no vi venir la caída, nunca se ve cuando te ciega el brillo, artificial, de la nada.
LaRataGris