Nos habíamos convertido en bichos raros. Ya lo eramos pero empezaban a señalarnos sin pudor, sin disimular una falsa indiferencia. Nosotros tampoco queríamos aparentar su normalidad. Eramos lo que se veía siendo felices y sin hacerle daño a nadie.
Una carta oficial, correctamente sellada y doblada fue la primera amonestación- somos más- parecían querer decir- depongan su actitud, intégrense, simulen, finjan… no busquen algo distinto aquí- Se habían repartido el mundo. Delimitaron las fronteras de cada continente, país, ciudad o pueblo. Fuimos bajando la escala. Nos olvidamos del barrio, la calle, el piso. Llegamos a buscar un lugar microscópico, un rincón de la casa al que no entrase la luz diurna, una insignificancia en la que escondernos para ser libres. Pero estábamos archivados, un caso al que perseguir por ser diferentes.
No nos amoldábamos a las situaciones predefinidas, necesitábamos una solución, ser números, grises, modélicos y silenciosos. Entonces llegó la amenaza. Iban a estudiar nuestro comportamiento, vigilarían nuestros pasos y cualquier error, por pequeño que fuera; llevar los zapatos desatados, tropezar, caerse, caer… caeríamos en alguna de sus trampas.
Desesperados buscamos tierras sin habitar, lugares vírgenes, sitios donde poder fabricar nuestra propia libertad. Pero no existían en los mapas, no los habían dibujado. El mundo era un padre protector y autoritario gritando que bajo su techo sus normas y, para asegurarse el respeto, había tapiado el cielo, su hogar era el infinito y no podíamos huir más que en círculos sinsentido.
Una segunda inspección sorpresa nos atrapó fabricando un cohete a la luna con cajas de cartón. Nos pilló pintando víveres y sueños. Destrozaron nuestras fantasías por que eran raras y distintas a las de los demás. No habíamos entendido las consignas así que nos construyeron máscaras de metal de sonrisas tatuadas, armaduras pesadas, ataúdes para moldearnos una nueva forma de ser.
LaRataGris