Esparcidas por el suelo, salpicadas con cerebro, las cartas del mago. No dibujaban la solución a ningún truco, habían saltado de mil pliegues de la ropa; de forma incontrolada, al recibir el disparo. Se distribuyeron de forma aleatoria mientras el mago caía redondo, fulminado.
El cuerpo convulsionaba mientras la sangre huía despavorida. Ante los últimos estertores el tramoyista bajo el telón para darse cuenta que partía el cuerpo por la mitad, dejando unicamente invisibles las piernas y parte del tronco.
-¿Hay algún medico en la sala?- Comenzó a gritar su chica florero, pensando quizá más en un médico forense más que en un matasanos. De está no sale, pensó complacida mientras los espectadores se atropellaban asustados, intentado escapar de un terror invisible.
Llevaba demasiado tiempo a las ordenas de aquel baboso y no conseguía cogerle cariño .
-Por favor-, volvió a repetir más como coartada que como preocupación- ¿algún medico en la sala? ¿un medico?¿alguien?
…
El mago alejo la precognición que le anunciaba el futuro cercano. Había aprendido lo inevitable a fuerza de repetir sus visiones con exactitud milimétrica.
Con resignación reviso el tambor cargado con una única bala y saludo al público.
-El destino- declamó para la gente entregada- nada nos permite eludir el destino y, aún así me enfrento a el, para su entretenimiento, aún sabiendo que una bala lleva mi nombre. ¿Podré adelantarme y tomar otro rumbo? ¿cómo saber si ese cambio está también predestinado?
Con grandes dotes teatrales sacó y mostró la bala, la volvió a meter en el tambor y le pidió a un cualquiera que lo hiciera girar a su antojo. Su partenaire lo señala con ambas manos mientras el muerde el cañón y un redoble anuncia lo inevitable.
-¿Que tendría que hacer para evitar lo que ya está escrito?- Intentó que fuera entendible, con el sabor a metal empujando el paladar. Fue entonces cuando apretó el gatillo y: esparcidas por el suelo, las cartas del mago.
LaRataGris