En realidad hubo dos días de la despedida.
El gran día de la despedida en el que la nave estaba lista para partir. Un grupo de astronautas entró saludando a los cuatro puntos cardinales. Las cámaras captaban cada inapreciable detalle para que en cualquier casa conectada a la retransmisión pudiesen sentir la emoción del momento.
El capitán llevaba una flor prendida sobre la armadura y todos sonreían como si fuese el día más feliz de sus vidas. La gente congregada en la base de lanzamiento no podía dejar de llorar. Muchos morirían quemados bajo los motores, con aquella nave partían sus sueños y la agencia les permitiría consumirse con el fuego del despegue.
Los cosmonautas volvieron a saludar a las televisiones sabedores de que el mundo no dejaba de mirar.
Así era en la cúspide del cohete pero solo había que bajar la mirada para ver otro grupo de astronautas más racializados, caminando solemnes hacia otra entrada, vigilados por cámaras más afines. Hasta diez compuertas distintas se habrían para ejemplificar el carácter unificador de la misión. Un amalgama de razas cada una por su puerta, cada una con su público.
Cada uno lucía con orgullo su banderita de hombre, mujer, binario, no binario… Todos habían sido entrenados para ser las caras más bonitas de su audiencia, compartiendo propósito pero sin mezclarse.
Dentro, otros más feos, ya lo tenían todo listo para el gran viaje .
Era el día de la despedida: El gran día de la despedida. Todos aquellos pasajeros no volverían a pisar jamás la tierra. Por eso un mes antes hubo otro día de la despedida, la pequeña despedida.
En petit comité los astronautas se reunieron, sin trajes, sin protocolo, con familiares y amigos. Hubo abrazos y llantos antes de entrar en la base. Abandonaban su vida en la tierra por un viaje a millones de años luz, un viaje sin final que solo sus futuras generaciones verían concluir.
Cuando la ciudad nave abandonase la órbita terrestre el metal sería su mundo y las estrellas su promesa infinita.
laRataGris