Era un muñeco precioso, de mil detalles: sus ojos verdes, la nariz juguetona, la media sonrisa, el pelo, los brazos, la forma de sentarse y su millón de complementos: ropa, mansión, casa de vacaciones, palacete, pisito, coches, moto, avión,… comida de plástico, caviar, champan y unas velas.
Al apretar su barriga te quería con una voz aguda y sin tonalidad alguna. En su pecho derecho habían grabado una petición de fidelidad, en el izquierdo no tenía nada. Exigía abrazos y caricias de una forma sistemática, cada tres horas te recordaba que estaba allí dispuesto a ser amado, achúchame.
Nick era el muñeco favorito de todo el mundo, la gente tenía, como mínimo, uno por casa, uno por persona si se lo podían permitir, para evitar los celos.
Se le trataba a cuerpo de rey, el protagonista de todas las historias, tu consejero si lo necesitabas. Podías preguntarle cualquier duda moral aunque, en realidad, él tenía un discurso constante. Te miraba con sus fríos ojos de monigote, mientras tu rodeabas su cuerpo inerte, anegado en sollozos entrecortados. Jamas movería un dedo por ti, por mucho que te amase.
Encerrados en aquel mundo la gente, cada vez más, estaba necesitada de alguna palabra, un gesto que los llenase de esperanza.
Fue entonces cuando la compañía lanzó a la venta la serie dos K, con un brazo articulado que cualquier usuario podía manipular para obtener el gesto adecuado. La vida volvía a brillar
LaRataGris