Supervivencia viva

28 noviembre 2023

Para poder acceder al premio, repetía una y otra vez la megafonía, si quieres ser el ganador solo hay una condición: sobrevive. Gánatelo. Y, tras el décimo bucle se hizo un gran silencio.

-¿Pero sobrevivir a qué? ¿Cómo? – no hubo respuesta. Miró a su alrededor preguntándose cómo había llegado a aquella cueva y cómo saldría de ella.

Desde donde estaba solo se veían tres caminos posibles y ninguno muy halagüeño.

A su derecha, incrustada en roca, una puerta a través de la cual se escuchaba el rumor del mar. La abrió para dar al gran e inmenso azul. Sus aguas hervían de vida: tiburones, pirañas, un kraken,… cualquier monstruo marino que pudiese imaginar estaba allí, esperándole. Lanzó una piedra y el agua la engullo formando violentas burbujas alrededor.

A su izquierda una puerta se derretida del calor. Entraba al centro de un volcán activo, lleno de bolas de lava y dolor. Casi sin poder acercarse observó en la distancia una muerte segura. Trazó un plan imaginando la mejor forma de saltar, esquivar y, tal vez, sobrevivir.

En el Centro la nada más absoluta parecía caer por un infinito vertical, sin agarre posible.

– ¿Cómo quieres que sobreviva si todo es una trampa sin salida?

Pero megafonía no contestó.

Paralizado ante un futuro cuestionable dejo pasar las horas hasta que de repente volvieron a estallar los altavoces: se acaba el tiempo, le envolvieron las palabras.

– ¿ Cómo quieres que elija ante una muerte segura ?

Se acabó, vocearon de nuevo con una carraspera metálica, enhorabuena por sobrevivir.

Se abrió una cuarta puerta que hasta entonces había permanecido oculta. Nada se movía en ella, nada parecía amenazarle desde ella.

– La paciencia, sobrevir, ¿ese era el premio?

Se acercó, estaba a punto de entrar cuando, sin aviso, se disparó hacia la izquierda, seguro de que había un premio mayor que la supervivencia, vivir.

LaRataGris


El gigante helado

12 noviembre 2013

– Tengo frio- y no era una forma de hablar gratuita, realmente estaba congelado. El viento más helado había traído las bajas temperaturas y se las había hecho tragar al gigante dormido. Penetró en todos sus órganos vitales y los pintó de un color azulado hasta conseguir que dejasen de funcionar tan rápido como deberían.

Ralentizado, el grotesco humano, era igual que una montaña infranqueable. La gente no parecía percibir su caminar pausado, como si siempre estuviese allí, esperando una erosión cualquiera.

Sus estornudos levantaban ventiscas que hacían temblar a los seres humanos más alejados, los cercanos, los animales, las plantas,… perecían mientras maldecían el frio del gigante. No sabían que de no ser así, si la glaciación no se hubiese escondido en su interior, no quedaría nadie para odiarle, involuntariamente había salvado la tierra.

Los creyentes elaboraron una complicada cosmogonía a su alrededor. Idolatraban sus inacciones, adoraban sus soplidos y veneraban los temblores de tierra que provocaban el caminar que no veían, eran los latidos de la montaña sagrada. Cada diciembre, el páramo helado que lo rodeaba, se llenaba de beatos abrigados que cantaban las alabanzas a un ser que imaginaban. Lo creían en una cueva, en el pico más alto, formando los tiempos del clima.

Siempre había alguno que moría desnudo, intentando hacerse parte de sus dios. El resto los enterraban allí mismo y consagraban sus almas para que todos supiesen que habían sido llamadas por su devoción.

Los científicos sabían que aquello no tenía ni pies ni cabeza. Todas las historias, desde el gigante, del que nadie hablaba, hasta el dios en la cueva, pasando por pequeños trasgos y hadas que no se habían visto… no dejaban de ser supersticiones, cuentos divertidos que podían justificarse en la necesidad de una respuesta a algo que aún no estaban capacitados para explicar.

LaRataGris.