Hubo al principio una ascensión lenta y dirigida. Hacia abajo, la caída, se veía terrible. Hacia arriba lenta, dirigida, monótona; parecía interminable. Como si el pico de la montaña fuese un cielo inalcanzable.
Ya no importa. Resbaló y cayó como un relámpago fulminante. Cuando la fricción lo desposeyó de fuerza e iniciativa continuó deslizándose pendiente abajo, paulatina e irremediablemente.
Contrariamente a lo que te puedas imaginar, con cada giro, cada metro perdido; se sentía más lleno y feliz. Se iba quitando el lastre innecesario hasta que, desnudo, frenó contra un saliente.
Con el cuerpo magullado y las fuerzas reducidas gritó- ¡Fuera la careta del triunfo!¡Adiós al disfraz de la aceptación!
Hasta el averno había sido un viaje rápido y trepidante, mucho más de lo que fue la pesada subida. La adrenalina de tantos años explotó en luces dolorosas.
De pie respiró el aire puro del infierno y se sintió como en la promesa de un paraíso perdido. Se sentó a admirar aquel lugar idealizado.
Sobre su cabeza sonaban los cantos de sirena. Por debajo, en un abismo más profundo, los lamentos condenados.
Estaba en el lugar perfecto y no decidió quedarse. Se lanzó de cabeza dispuesto a ser uno más de los únicos que aún pueden cambiar el mundo.
La voz se le había quedado atravesada como cristales rotos en la garganta. Su contundente opinión, contraria a los cuatro amos del mundo, sólo era un susurro que no sabía volar.
Cada vez más hosco; escondía el sentir en bolsas de supermercado que apilaba junto a la nevera, para tirarlas cualquier día de estos.
-¿Estás bien?-le dijo Marie que a cada instante que pasaba lo veía más como una cucaracha y no como una persona.
No pudo contestar. Su mundo era pequeño e insignificante, su realidad daba miedo. Con un esfuerzo sobrehumano se tumbó en el suelo esperando que ella lo pisara.
Pero unicamente lo abrazó preguntándole en un sollozo- ¿Qué te han hecho?
Le pregunté a un señor que me explicó el mundo según Yo, Yo era el nombre que se daba.
Yo, decía, saber que el mundo es frío y oscuro por culpa del color. Yo, afirmaba que, si pintar mundo de gris todo más luminoso, todo más mejor, dijo Yo.
Luego se rascaba los genitales, escupía en el suelo y entre gruñidos y eructos hablaba. Yo, se golpeaba el pecho, ¡Yo!, gritaba, y yo, ahora yo y no otro Yo, pensaba, el Yo me aterroriza de ver como Yo, el ser, tan irracional y salvaje.