Ismael vivía en una habitación pequeña, llena de cómics, películas y libros. con todos sus tesoros construía castillos en los que esconderse.
En su mundo siempre sonaba algo de música, se podía tumbar mirando el cielo del techo, rodeado por sus amigos imaginarios.
Mas allá de la puerta, el resto de piso, era un lugar frio en el que convivir. Zonas comunes en las que tenías que desordenarlo todo de un forma exacta, para que nadie tropezase con nada.
El día en que cumplió cuarenta años, como si la vida se transformase, llegaron un montón de desconocidos a despedirse, cada uno con un regalo absurdo, algo que ya no cabía en su madriguera.
Tendría que desprenderse de algunos de sus tesoros para hacerle un sitio a un pisapapeles horrible, tarjetas y camisetas en las que se leía “demasiado viejo para la vida.”
Buscó algún rincón en desuso, quiso colonizar espacios comunes y al final tomo la decisión más acertada. Se deshizo de todo lo que le habían regalado, agradeciendo que fueran cosas tan inútiles que no le supusiera ningún problema el no quererlas.
-Ojala siempre me regaléis estas mierdas- les dijo antes de que la última persona, que llevaba veinte años sin ver, saliera para siempre de su vida.
LaRataGris