
El año en el que nació Luna, sus papás le compraron una cuna, un carrito, un parque de juegos, humidificador, walkies, videocámara, ropa, mucha ropa, más ropa de la que se podría poner en toda una vida, cuarenta y tres pares de zapatos, peluches, mantitas, un amigo imaginario, chupetes, biberones y un millón de trastos que en aquel momento no podían llegar a imaginar lo inútiles que eran. Guardaron todo aquello en la que sería su habitación y, como ya no cabía nada más, ni tan siquiera la pequeñísima niña, se la llevaron a dormir a su cama, dónde podían abrazarla mientras descansaban y ella tomaba tetita.

Para Luna aquella era una habitación oscura, llena de sombras terribles y danzarinas. Cuando tenía que entrar su suelo crujía como aullidos de lobos tristes y su aliento era de miedo y gritos. le gustaba tan poco que siempre le pedía a su papá que la cerrase con muchos cerrojos, que le pusiera un candado y la llave se la llevase cualquier viento de paso. Sobre todo, no quería que aquel cuarto continuase mirándola fijamente mientras se relamía de hambre, quería que se lo llevasen de su casa para siempre.- Pero- le dijo un día su papá- esa es tu habitación, no podemos deshacernos de ella.-
La pobre niña se asustó tanto que dió un bote hasta los brazos de mamá y, llorando desconsoladamente, le pidió que no la dejase dormir allí solita nunca jamás.- Tranquila- la besó suavemente- no hace falta que duermas ahí si no quieres.
Luna dibujó un Sol enorme sobre una cajita de cartón, lo recortó con papá y lo pegaron en la habitación mas triste de la casa, para que nunca lloviese en ella. Mamá no dejaba decirles que no hacía falta, que con o sin Sol jamás llovería allí dentro. Y lo cierto es que desde entonces no ha caído ni una sola gota de agua sobre aquel suelo. Así que, a pesar de las reticencias, aún no ha podido decir que no haya funcionado, aunque la habitación siga estando triste.

Una noche los lobos que crujían el suelo salieron por el pasillo hasta la habitación de los padres, cogieron con delicadeza un bracito entre sus grandes colmillos y arrastraron suavemente a la niña hasta su cuarto.
Cuando la pobre se despertó sola, rodeada de aquellos ojos amarillos, lloró tanto que se dibujó un río sobre el suelo, gritó tantísimo que se hizo un rumor de viento entre las cuatro paredes y se cansó de tal manera que volvió a quedarse dormida a pesar del miedo que estaba pasando.
Cuando llegaron sus papás, asustados por el llanto, dormía inquieta sobre una cama de lobos gruñones.
-Ella nos pertenece- dentelleó el viejo lobo que vigilaba la puerta- No podéis venir a raptarla de su cuarto.- Acto seguido les enseñó unos dientes feos y sucios mientras les señalaba con el hocico el lugar por el que habían llegado y por el que podían marcharse.
Sin asustarse, sus papás, hincharon el pecho para parecer algo más grandes de lo que se sentían en ese momento. Con la voz mas firme que pudieron le dijeron a los lobos si le habían preguntado a ella dónde quería dormir- Puede que vosotros seáis los ladrones y no nosotros.-

Los lobos se miraron extrañados. Llevaban tanto tiempo autocompadeciéndose que se habían olvidado de los sentimientos de la niña. Se sentaron a esperar que despertase y, con la mejor sonrisa que puede tener un lobo, le preguntaron por lo que quería hacer ella.
-Me dáis miedo y quiero estar con papá y mamá- Los lobos, más tristes de lo que jamás habían estado, agacharon la cabeza y escondieron el rabo entre las piernas. Ellos nunca habían querido asustarla, sólo necesitaban jugar con Luna porque se aburrían. Pero, ahora, creían que eran demasiado malvados como para estar con ella.- Pero- dijo Luna- si dejáis de asustarme vendré a jugar con vosotros.

Los lobos no podían creérselo, abrazaron con sus patitas peludas a la niña que no quería verlos tristes y le prometieron que jamás volverían a asustarla. Entonces, entre todos sacaron los trastos inútiles que ensombrecían la habitación. Dejaron el río que había llorado Luna para no olvidar lo sucedido, el viento murmurado para siempre sentirse acompañados y el Sol de cartón para que no lloviese nunca. Pintaron árboles en las paredes, lanzaron confeti verde por el suelo y la habitación de Luna se convirtió en el bosque de los lobos felices. Tan contentos se pusieron que cantaron una canción y toda la familia se puso a bailar con aquellos aullidos a Luna, hasta que fue muy tarde y cayeron rendidos al suelo, donde durmieron toda la noche.
LaRataGris