Asumiendo imposibles

27 septiembre 2011

Me cansé de perseguir estrellas fugaces, bañarme en los colores del arco iris, volar a la perdición, directo al octavo sol de la medianoche. Empezaba a necesitar que mi vida fuese más real. Palpar tangibles para soñar que aún era posible imaginar utopías.

Apague todas las luces de mis fantasías y me vestí de hombre normal para llegar hasta el corazón de la bestia. Necesitaba saber de que huía para aprender a seguir. Me mezclé con sus siervos, jugué con ellos y perdí todas mis posesiones; ojos, labios, oídos y pies. Sin poder caminar me arrastraron por sus pasadizos sin final. Hicieron con mis restos cualquier barbaridad y entendí que el mundo real es triste y desalmado.

Ya no soy un ermitaño asceta. Vivo tu mismo dolor pero yo grito en medio de tus apariencias. No escondo la derrota, no la justifico, aprendo de ella y entiendo que es necesario perseguir estrellas fugaces, bañarse en los colores del arco iris y volar directos a la perdición si esto nos hace más libres, si nos ayuda a dibujar nuevos mundos.

LaRataGris


El hombre pequeño

26 septiembre 2011

Cuando el hombre pequeño nació su mamá le susurró al oído que ningún hombre podía ser demasiado grande, demasiado listo o guapo. Y a pesar de lo dicho fue creciendo tan listo y guapo como ella habría querido. Pero ser pequeñito era algo que el tenía bien aprendido. No como el resto de hombres. Todos subían un escaloncito más, pisaban y apaleaban a cualquiera por verse algo más arriba, en la cima aparentando ser enormes para los que se habían quedado abajo.

El hombre pequeño siempre recordaba las palabras de su madre y prefería caminar tranquilo. Sabía que subir no le hacía crecer, que era más inteligente ser feliz y lo de ser bonito era demasiado fugaz como para buscar maquillaje.

Poco a poco muchos hombres pequeños se fueron cruzando, muchas mujeres pequeñas con las que compartían niños diminutos. Lo que no sabía uno lo aprendía el otro. De padres a hijos, entre amantes, amigos y compañeros de viaje. Fueron siendo insignificancias que juntas eran inmensas… Desde arriba los observaban sin saber por que ya nadie quería subir. Sólo veían hormiguitas donde habían habitado hombres de verdad, ese era su respuesta más inteligente, su gruñido más complaciente y básico. Bajar a ver que pasaba era una derrota demasiado dolorosa como para hacerle caso al instinto, prefirieron ahogar a las hormigas.

LaRataGris


Avaricia

22 junio 2010

Carlos llegó a la ciudad y se sentó en un rincón a llorar- No tengo nada, nada de nada, nada-. Era lo único que parecía saber decir y alguien sintiendo pena le dio de comer, otro donde dormir y un tercero una forma de ganarse la vida.

Al principio, contento, se levantaba temprano. Cada mañana iba a trabajar y urdía un plan para dejarlo rápido- Es tan poquito, muy poco, poquísimo- fue su nueva consigna llena de lágrimas y pesadumbre. Enseguida llegó más comida, una habitación más grande y un trabajo con más responsabilidad.

Un tiempo y la situación se repetía con otra frase distinta- No es suficiente…quiero más…¡inclinaos ante mí escoria!- cada vez más autoritario, ascendiendo sin piedad. Ya no necesitaba manipular a nadie, podía chasquear sus dedos y una cohorte de acólitos se inclinaba ante el poder de su dinero. Pero Carlos no estaba feliz. Su supremacía le llenaba de orgullo, era un chico de la calle que se había labrado un porvenir, era la persona más influyente, ya no de la ciudad, del mundo entero pero…él quería seguir subiendo y no le quedaban metas por conquistar.

Un día Antonio llegó a la ciudad con mucha hambre…Carlos ya se había suicidado y el grupo de trepas comenzó a moverse ocupando los espacios vacíos. Quedaba un hueco en la zona más baja, donde los mendigos intentaban inútilmente despuntar. Antonio se sentó en aquel espacio y se preparó un bocadillo con lo poco que había conseguido aquella mañana, no estaba demasiado bueno pero mataba el hambre. Después estuvo haciendo algunas preguntas, buscando la manera de ganarse la vida allí. Lo único que le decían todos era que si sabía llorar todo sería muy fácil para él. Así se conseguían las cosas. Y lloró un poco, todo aquello lo entristecía. La gente se acercó para darle una limosna que él rechazó- Vivir de la amargura sólo me puede traer más melancolía. -Gracias, pero tengo que irme- y se marchó mientras la ciudad esperaba que llegase un nuevo pilar para su pirámide. La maquinaria no se puede desequilibrar.

LaRataGris


Cayendo

4 agosto 2009

-¡Más deprisa!- gritaban desde arriba- ¡Corred o no llegaréis!

Y salíamos disparados sin fijarnos en los que caían. Sólo mirábamos el horizonte; la lejana meta a la que llegar para, desde lo más alto, dejarnos la voz chillando- ¡Vamos, cabrones, acelerad!

Pero nunca alcanzábamos la cúspide. Parecía suficientemente cercana como para que el desaliento no nos pudiese y, a la vez, jamás, podíamos tocarla. Llegar a ella era ver un pico más alto, escondido por las nieblas del ascenso. Su inquilino nos regalaba una corbata antes de irse y nos dejaba las instrucciones en un tono más apropiado, mirando siempre hacia abajo, preocupado de que nadie más se enterase.- Jalea a los galgos, que suban como balas. Solo cuando uno ocupe tu nuevo puesto podrás seguirme, subir un poquito más

Y veíamos pasar los años, las gentes, los caídos en contradirección. Siempre encontrábamos nuevos objetivos cada vez más altos, siempre más deseables porque en cada uno de ellos podías volver a bramar como te habían hecho a tí antes. Te desplomabas, solo que en la dirección correcta.

LaRataGris.