A pesar de que no tenía perro, cada semana, desde hacía diez años, se acercaba hasta la tienda de mascotas y compraba una bolsa de pienso para cachorros. Aunque no tenía corazón cada día hacia más grande su laberinto de muros, evitando que alguien pudiese encontrar el hueco donde tendría que estar. Era suficiente con el amor de su chucho.
Se lo imaginaba cariñoso, moviendo la cola al llegar a casa, soltando algún ladrido esporádico mientras el lo chistaba para no molestar a los vecinos.
Un día, tal vez un lunes, sonó un timbre que no supo reconocer, volvió a escucharlo mientras el perro ladraba como si alguien llamase a la puerta.
Un niño, frágil como el rocío, le esperaba en la entrada.
-Buenos días-dijo el niño intentado que la mirada penetrante del adulto no le rompiese.
-¿Pero?-miró las calles tortuosos que había construido durante décadas-¿cómo has atravesado mi laberinto? ¿los lobos? ¿las trampas? ¿por qué llegas ileso?
-Señor, mi cometa, se ha colado en su balcón, ¿podría devolvérmela?
-Por supuesto que no-se mostró tajante- mi animal se la habrá comido.
Sin esperar réplica cerró la puerta con vehemencia mientras se decía que debía tener cuidado con estos mequetrefes. Estaba seguro que de permitirle recoger su artilugio le chuparía la sangre como el vampiro emocional que se le intuía- Los niños- sentenció-no son de fiar.
Tapió la puerta Y corrió los cortinas para que nadie le viese desde la calle, aunque la curiosidad le supero Y se asomó por una rendija mientras el niño observaba desde abajo.
– Señor- le gritó desde la seguridad de la calle- está ahí, intacta.
Vencido recogió la cometa y se la lanzó al mocoso, no sin antes fingir que apartaba al can.
De forma impecable planeo hasta sus manos mientras el perro se enroscaba a sus pies.
Había solucionado de una forma inteligente el problema, antes de que se le acercasen a robarle la vida. El ya tenía más que suficiente con el cariño de su chucho.
LaRataGris
Me reconozco en mis muros, en mis laberintos, en mi soledad…