Las arañas, seres tranquilos a los que les gusta la paz y la soledad; habían convocado una conferencia para hablar de la desaparición del ser humano.
-Fue de la noche a la mañana. Mi humano destrozaba la tela que yo tejía por la noche, compartíamos el ciclo y, de repente, una mañana la tela seguía anclada a las plantas.
– Me pasó lo mismo – dijo Vieja Mamá.
-Y a mí – dijo Roto-. Llevo ya varias semanas sin verlos. Nuestro ecosistema…
– Me ofrezco- adelantó sus dos patitas delanteras Mariscal-, si estáis de acuerdo, guiaré un grupo de valientes arañas para saber qué ha pasado con los bípedos que convivían con nosotras.
Lo vitorearon, lo aclamaron, pero nadie se ofreció para acompañarlo.
El jardín era demasiado grande e inhóspito, ¿alejarse de la telaraña que era ahora su hogar?, Sólo él llegó hasta la valla, únicamente él vio el cartel de se vende. Lo miró y lo remiró pero no supo interpretar los símbolos, a las arañas militares no se les enseña a leer.
Escribe el poeta unos bises para el final de su concierto. La historia de siempre, la que le demanda el público: una y otra vez en bucle, con pequeñas diferencias en el quiebro de la voz, en el cansancio de su cuerpo….
Las luces se apagan. Acaba el concierto y los poetas se retiran a sus esquinas. Quedan flotando algunas palabras y el público gritando a coro- otra, otra.
Nadie sale y la petición va desapareciendo hasta que la sala queda vacía. Es entonces cuando el rimador reaparece en la oscuridad y recita un soneto para los arañas y para las cucarachas.
Aplauden los chinches, se emociona el viento, que se enreda silbando entre los poros de la piel. Como una canción desesperada, esta, también se apaga y se respira una vida pequeña, o grande si se deja y quiere.
Al final de la escalera, entre sombras, habita una arañita pequeña, la más diminuta e insignificante, prescindible. Las arañas importantes visionan vídeos en sus despacho: exigen transcripciones y resúmenes de todas las conversaciones importantes de los humanos. Sus arañas secretarias seleccionan las más relevantes y peligrosas para los arácnidos. Suben y bajan moviendo sus patitas de alambre tan deprisa que parecen hacerse nudos con los que debería ser imposible continuar y, aún así, no paran.
Los insectos han organizado un gran ejercito para defender a su pueblo. Detienen a todo aquel elemento subversivo que parece tener todo el apoyo necesario para alterar sus planes. Las arañas gordas llegan con sus telas y sus armas dispuestas a imponer orden mientras, al final de la escalera, arriesga su vida para conseguir información del enemigo aquella que simplemente cambiara un amo por otro.
De mis encuentros pequeños con gente que no quiero, de mis palabras calladas y mis excusas sinceras por irme, alejarme y liberarme. De todo lo indeseable, de mi diccionario de exabruptos, de mis ganas de no repetir el comportamiento tóxico de escuchar venenos y envenenarme, de las pesadillas, los fantasmas enemigos, las garrapatas insidiosas y los vampiros poco elegantes vestidos de marca y dinero. Del que quiera entender, de mi ser hipócrita, de lo peor que me carcome para hacerme claro sabiendo que tejen mentiras suaves arañas de terciopelo. De mis tumbas cavadas y mis muertes anunciadas. De la absoluta mitad de vida que no me gusta y no lucha.
Vivían pequeños seres eléctricos en rincones oscuros. Iluminando con sus ojos leds las estáticas del aire que les sirven de aperitivo. Sobreviven entre sombras, atrapados por el cable que lo conecta a una comida mucho más nutritiva pero menos gustosa.
Caminan en círculos reducidos, pinchando, a cada paso, con sus patitas arácnidas; corren, saltan en su centímetro cuadrado sin atreverse a intentar escapar lejos del enchufe.
Un día, solo uno, tropezó tensando el cable que le ataba. Sonó un click y continuo vivo. Se casi descargo del susto. Caminó lentamente mientras atrapaba toda la estática que quedase a su alcance. Masticaba, un pasito, volvía a morder mientras pensaba en cómo, a pesar de la debilidad, se alejaba, sin problema, de su principal fuente de energía, sintiéndose libre de no dar carreras alrededor de un punto vacio. Allí donde iba llegaría más lento y más feliz.