A las siete siempre esperaban al asesino: con sus uniformes impolutos y la pose marcial.
Oteaban el horizonte esperando verlo aparecer y, casi, era un alivio que no sucediera.
No había enfrentamiento, no necesitaban imponerse aunque, bien es cierto que, un asesino andaba suelto.
Mientras, él, el asesino, se reía de sus trajes condecorados, de la larga espera y de la hora prefijada.
Media hora más tarde podía salir a matar con tranquilidad. A las siete siempre estaba en casa. Preparaba una mochila con cuatro cuchillos, destornilladores y una lija del dos con la que despellejar a sus víctimas. Todo a los siete y media mientras, siempre a las siete, esperaban al asesino.
LaRataGris.
Escrito por laratagris 







