La vida de Alberto era muy sencilla. Levantarse, ir a trabajar y volver a casa a dormir. No hacía mucho más y tampoco notaba que le faltase algo a sus monotonías. Se había acostumbrado a ser su trabajo y en el se perdía para no tener que pensar demasiado, al menos no en el. Se dedicaba a encontrar imbéciles. Le contrataban para llevar clientes a los sitios y los ignorantes eran más fáciles de convencer.
Les prometía un cielo, una pequeña satisfacción y un souvenir para que pudiesen recordar la aventura de la compra durante toda una vida por un módico precio. No tenía que insistir mucho entre los que necesitaban sentirse un poco más queridos.
Su mundo construido de carencias reflejaba una vida de lujos, un gran apartamento en el que no vivía, siete coches por conducir y ropa que no combinaba con el uniforme que usaba de lunes a sábado. Le ahogaba la abundancia sin que el pudiese hacer nada. Cada vez que caía muerto frente al televisor se convertía en su carnaza favorita, sus propios anuncios lo hipnotizaban y secaban su autonomía.
Lucia siempre llegaba un poco más tarde, con más cosas por olvidar. Abrazaba su vegetal y le susurraba como consuelo para ambos- Tuvimos suerte de sobrevivir.- Luego suele caer rendida a sus pies y juntos esperan que la alarma del móvil les obligue a levantarse. A la vez sueñan la época en la que resistieron, echan de menos sus excesos y la vitalidad de no arrepentirse. Cómo si sobrevivir no hubiese sido suficiente.
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Y a punto estuvo de llegar el impacto, colisionar con la antena y cumplir un cometido inverso al deseado por su desencadenante. Tal vez hubiese sido así pero, en el último instante, salió por una ventana el dueño de la parabólica. Gritando, exigiendo, obligando al Hercúleo superhombre a dejar el trasto en su lugar antes de que acabasen los penaltis….Así fue como el disparo puso un punto y final a la historia cuando el muy imbécil prefirió morir a vivir sin fútbol, necesitaba su droga más que la realidad.
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