Microrelato terror 2017

24 noviembre 2017

Morir fueron cuatro líneas en una esquela. El regreso ocupó periódicos teñidos de sangre mientras los muertos acallaban mentiras.

LaRataGris

¿será más largo el anuncio que la historia? Payhip o Comic Square


El furor de la batalla

15 junio 2015

-No tengáis miedo- el estadista de altura, en realidad, en la realidad, el hombre pequeño al que la vida le excede, él, se sentó sobre su trono de estiércol e intento calmar a su horda de no vivos- la existencia volverá a sonreírnos. Únicamente hemos de esperar el próximo ciclo.

Muchos de los suyos, de cortas entendederas, le aplaudieron. El resto de zombis, temerosos de perder sus privilegios, también palmearon sus palabras a la par que murmuraban a sus espaldas preocupados-¿ y si no se soluciona por arte de magia?

-Nuestros enemigos-gritaron los titiriteros- no están preparados para la ardua tarea.

Descalificaban, tergiversaban y se agarraban a cualquier trapo sucio, por pequeño que fuese. Los patinazos contrarios eran la droga que deseaban como un yonki anhela su falso paraíso.

Mientras tanto, en otra realidad que comparte espacio, los que llaman huestes del averno no se apostaban para el asedio, no preparaban la guerra como estipulaba el código de las buenas prácticas para que todo aparente cambiar sin cambiar. El ejercito de los perdedores atacaba sin más, sin gritar, sin orden ni jefes. Envolvieron los desiertos de una niebla de vida espesa, de esperanza, que es lo poco que les quedaba.

– A veces; cuando decís que no estamos preparados para hacer las cosas, significa que no las haremos como vosotros habéis hecho hasta ahora. Y eso es bueno por que no queremos ser vosotros, ganadores.

LaRataGris


Zombies intelectuales

2 julio 2014

Zombies intelectuales


muertos de vida

31 octubre 2013

muertos de vida


Recuerdos por olvidar

4 septiembre 2011

La vida de Alberto era muy sencilla. Levantarse, ir a trabajar y volver a casa a dormir. No hacía mucho más y tampoco notaba que le faltase algo a sus monotonías. Se había acostumbrado a ser su trabajo y en el se perdía para no tener que pensar demasiado, al menos no en el. Se dedicaba a encontrar imbéciles. Le contrataban para llevar clientes a los sitios y los ignorantes eran más fáciles de convencer.

Les prometía un cielo, una pequeña satisfacción y un souvenir para que pudiesen recordar la aventura de la compra durante toda una vida por un módico precio. No tenía que insistir mucho entre los que necesitaban sentirse un poco más queridos.

Su mundo construido de carencias reflejaba una vida de lujos, un gran apartamento en el que no vivía, siete coches por conducir y ropa que no combinaba con el uniforme que usaba de lunes a sábado. Le ahogaba la abundancia sin que el pudiese hacer nada. Cada vez que caía muerto frente al televisor se convertía en su carnaza favorita, sus propios anuncios lo hipnotizaban y secaban su autonomía.

Lucia siempre llegaba un poco más tarde, con más cosas por olvidar. Abrazaba su vegetal y le susurraba como consuelo para ambos- Tuvimos suerte de sobrevivir.- Luego suele caer rendida a sus pies y juntos esperan que la alarma del móvil les obligue a levantarse. A la vez sueñan la época en la que resistieron, echan de menos sus excesos y la vitalidad de no arrepentirse. Cómo si sobrevivir no hubiese sido suficiente.

LaRataGris


Aire

28 julio 2011

Supongo que el anuncio llegó en el mejor momento. El aire en la ciudad estaba cada vez más viciado, era espeso y respirarlo te dejaba un poco muerto. Seguías caminando pero sin saber muy bien donde ir o que hacer.

Todas las emisoras parecían querer dejar patente que así era imposible vivir. A cualquier hora hablaban de la polución, la suciedad, los gérmenes y enfermedades que llegaban con el viento.

-Taratatata- sonaba constantemente la melodía- compra aire puro- repetían los altavoces de infinitas esquinas. El nombre de la empresa se quedaba flotando en la cabeza durante unos segundos antes de desaparecer, lo suficiente como para que pudiésemos salir corriendo hacía las tiendas con las ideas claras, las palabras grabadas. – Por favor, deme aire puro de Siluro S.A.-

En dos días se agotó las reservas de oxigeno prefabricado y, los que habíamos probado su pureza, temblábamos por una pequeña dosis para poder acabar con aquel mono insufrible. La fábrica lanzaba malos humos que lo empeoraban todo. La maquinaria producía más rápido de lo que podía, los ejecutivos se frotaban las manos pensando en como toda esa contaminación se transformaría en dinero. Los consumidores hacíamos cola a las puertas de la industria, seguíamos los camiones de reparto, agotabamos cada remesa más rápido que la anterior, como si el aire fuese algo vital que no podíamos conseguir de otra manera.Comprando aire

Cada vez mayor demanda, mayor producción… peores humos. Como el cadáver de un pez arrastrado por la corriente, nos dejamos llevar…

A nadie le extraño que nos intentasen vender el aire, siempre ha habido caraduras, pero que todos se lo comprásemos…

LaRataGris


El bosque de cemento

27 enero 2010

Helena vivía en una ciudad pequeña, rodeada de un bonito bosque que se veía desde la ventana de su cuarto. Cada noche antes de dormirse se quedaba embelesada tras el cristal, cautivada por los colores que reflejaba la Luna en la copa de los árboles, casi podía acariciar la fragancia de las flores, sentir la canción del viento entre las ramas y se dormía acunada por el rasgar de los grillos, con la boca bien abierta para que por allí entrasen las historias que le contaba la naturaleza y se transformasen en los más bellos sueños del mundo.

Por la mañana, volvía a mirar dibujando en su cara una amplia sonrisa que ya le duraba todo el día. Pero, una vez, pasó que llegó su padre nervioso a explicarle que iban a tener una casa más grande, con más habitaciones, más amplia y más bonita. Y, aunque a Helena ya le gustaba el lugar donde vivían, se alegró mucho por él, porque parecía hacerle mucha ilusión, a ella no le importaba mientras pudiese seguir disfrutando de su bosque.

Ese día en el que su padre había aparecido como un tornado, ella ya no tuvo tiempo para deleitarse con el trino de los pájaros, ni detenerse en el vuelo de las mariposas y por eso todo pareció ir de mal en peor; se quemó con la leche del desayuno, se le rompió el paraguas bajo la lluvia más cerrada que jamás hubiese visto, un perro le persiguió hasta llegar al colegio y a punto estuvo de morderle el culo.

Luego, antes de acostarse, escuchó una coral de búhos y lechuzas y las cosas no parecieron tan terribles. Al fin y al cabo, a Helena le gustaba caminar bajo la lluvia para refrescarse, la carrera con el perro le hizo entrar en calor y fue muy divertida, porque era como jugar a pilla-pilla sólo que de una forma algo más arriesgada. Lo de quemarse con el desayuno es lo único que no le hizo tanta gracia, pero a pesar de todo no fue para tanto, no se lo había pasado tan mal como al principio pensaba.

Todos sus compañeros de clase hablaban de lo mismo. Antes o después sus padres les habían dicho emocionados que pronto sus casitas crecerían. Y aunque ninguno entendía qué era lo que de verdad les tenía que hacer tan felices, se reían mucho porque les habían explicado que era fantástico.

Helena les preguntó si a sus actuales hogares les pasaba algo, ¿acaso no tenían una cocina en la que hacerse las comidas? o ¿un comedor donde comerlas?, ¿un lavabo?, ¿cuartos donde dormir?,… todos tenían de todo así que ¿por qué cambiar de casas? Nadie lo sabía, pero las nuevas serían enormes.

Lo que ningún niño sabía, pues ningún adulto había considerado importante decírselo, era que para que las cosas ocupen más espacio otras han de ser más pequeñas. Algo muy sencillo pero de tremenda importancia. Y, aunque al principio, Helena, no supo el por qué su bosque fue desapareciendo, se llenó de árboles de metal. Estructuras de hierro que fueron creciendo hasta hacer desaparecer la cálida madera. Se consumió en lo que la niña soltaba un suspiro de pena, y para cuando quiso reaccionar sólo había edificios grises que parecían gustar a todos los mayores.

La mudanza fue rápida, pues nadie quiso llevarse nada de su antigua vida. Todo debía ser nuevo; muebles, ropa, coches, … Se habían vuelto locos comprando, gastando, engalanando para aparentar prosperidad, mientras dejaban que sus antiguas residencias fuesen cayendo, poco más que escombros que sólo servirían para albergar ratas.

Cuando Helena vio todas aquellas habitaciones vacías creyó adivinar el motivo del cambio. Ella, siempre que por las noches sentía miedo de la oscuridad corría a la cama de sus padres. Estos la consolaban un ratito pero enseguida la echaban diciéndole que ya era mayor y tenía que dormir sola; ellos, que los dos eran mayores y seguían durmiendo juntos, si habían buscado esta nueva casa era para que cada uno tuviese su propio cuarto, ahora lo comprendía todo.

O eso creía porque en realidad siguieron teniendo dos únicos dormitorios, el suyo y el que ellos compartían. No era por falta de espacio, había muchas salas inútiles y vacías. Eso sí, desde ninguna de ellas se podía ver el bosque que había sido arrasado, con lo que eran doblemente inservibles. Helena no sabía en cuál de ellas quedarse a jugar, pues los espacios rellenados de soledad son demasiado fríos y tristes. Así que, buscando, se perdió. Una habitación enorme y blanca daba paso a otra habitación enorme y blanca con tres puertas. Y tras cada una de ellas se volvía a repetir recinto, tamaño, color y el terceto de entradas a un bucle. Se fue dejando guiar por su intuición hasta que no supo de dónde venía ni a dónde iba. Se había quedado en blanco como cada pared desde hacía ciento cincuenta y tres habitaciones, aunque ella ya había perdido la cuenta.

En cuanto vio una ventana no se lo pensó. Saltó a las calles vacías. Miró su reloj sorprendiéndose de que fuera tan temprano, el gris de los edificios apagaba el brillo del Sol y parecía una noche sin estrellas. Caminó sin rumbo, esperando encontrarse a alguien, pero aquello parecía una ciudad abandonada. Era la dueña de todo lo que se veía, una extensión de cemento. Kilómetros y kilómetros del lugar más aburrido de la Tierra. Y lo peor es que, allí, no encontraría más ventanas por las que escapar.

Sí que encontró el final de la ciudad. Tras mucho caminar a punto de desfallecer se halló al borde de la nada. Cegada por el Sol al que ya no estaba acostumbrada siguió paseando pues cualquier cosa era mejor que aquel lúgubre lugar que abandonaba. Seguía sin conocer su destino, aunque esta vez no le preocupaba pues no podía ser peor que lo que ahora quedaba a sus espaldas.

Ya estaba lejos cuando apareció otra persona corriendo por las calles. Llegaba tarde a trabajar y no era el único. Poco a poco iban encontrando las salidas de sus mansiones, tras días y días de encierro, llegaban muy tarde a un trabajo que no podían perder, si no ¿cómo pagarían todo aquello? Cogieron sus coches perfectamente aparcados y, al instante, miles de ellos formaron ruido y humo negro en un monumental atasco.

El bosque se había llevado mucho más de lo que en un principio podía parecer, el aire era más pesado sin árboles que renovasen el oxígeno y respirar se hacía muy complicado. Además, neutralizados los colores de la naturaleza, el tiempo se convirtió en simplemente una palabra sin sentido. Ya no existía la exuberante primavera, ni el melancólico otoño, desapareció el frío del invierno y el calor del verano, así que ¿qué sentido podía tener el paso de los días si todo se había reducido a la reiteración de un momento, un entretiempo carente de características más que la de ser insulso? A la única persona a la que esto podría importarle ya estaba lejos o quizá…

La gente estaba apesadumbrada sin entender el por qué. Tenían cosas grandes y vistosas, eran los más ricos pero no tenían suficiente. Todos a la vez decidieron agrandar la casa. Trabajaban más y más para pagar las reformas, los obreros, los electricistas, los materiales, el nuevo terreno, los muebles que les comprarían, los sirvientes para limpiarlas, … había tanto que preparar que corrían demasiado, atribulados, estresados y sin ganas de hacer nada de lo que hacían pero haciéndolo. La ciudad se fue extendiendo y si Helena se había marchado lejos ya no lo estaba.

Había encontrado un bosque en el que perderse, en él era feliz. Vivía en una cueva con un oso y una araña. Era amiga de todos los animales, cuidaba las plantas, se bañaba con la lluvia,… parecía un cuento de hadas que se hacía realidad. Pero una mañana pió un jilguero junto a su cueva:

– El ser humano- trinaba- llega el ser humano.

Helena se levantó de un salto y vio los árboles de metal, las estructuras de hierro, el terror acercándose para volver a quitarle su hogar. Cuántas veces había temido este momento. Había tenido pesadillas que no le dejaban dormir y por eso no estaba preocupada. Había sentido tanto miedo que decidió estar preparada. Ahora sabía exactamente qué hacer. Le agradeció al pájaro la información y entró en la cueva a recoger una mochila que le había tejido la araña. Abrazó al oso porque sentir su cuerpo mullidito y caliente le daba valor y emprendió el viaje de regreso.

El día que abandonó la ciudad empezó a sentirse más ligera. Sus pasos parecían más decididos y directos. En cambio, el regreso era pesado y lleno de desgana. Había metido en la mochila algo de tierra del bosque que tiraba de su cuerpo para atrás, llevaba en su corazón un grano de esperanza que le reconfortaba para no desfallecer y había dejado sus pensamientos al cuidado del oso para que estos no le hiciesen arrepentirse de lo que iba a hacer. Aún así, cada vez que sus piernas le hacían avanzar su cabeza gritaba y su cuerpo se estremecía. El color gris entraba por sus pies, subía hasta su cerebro, le empañaba el espíritu. Empezaba a parecerse a las pocas personas que se encontraba por la calle. Como si se hubiesen desteñido sus ropas, incluso sus pieles habían palidecido, parecían gárgolas de horribles muecas y aspecto deplorable. Arrastraban zapatos desgastados, fatigados de caminar, encorvando espaldas abatidas por el peso de la vida. Daba lástima verlas y también a Helena que se iba transformando conforme se adentraba por callejones deslucidos.

Su determinación era firme, llegó al centro de la localidad y allí se sentó en el suelo. Se limpió un poco de gris de la cara para ver mejor y vació la cartera sobre la acera. La tierra marrón parecía brillar en el ambiente monocromo del lugar. Se completaba con rojos, violetas, un pequeño matiz cobrizo,… parecía un arco iris entre tanta simplicidad. La gente comenzó a pararse a su alrededor cautivados por la explosión iridiscente. Atrapados fueron persiguiendo cada movimiento de Helena, cómo hundía su dedo formando un pequeño agujerito. Cuando se arrancó el granito de esperanza suspiraron sobrecogidos, era de una intensidad tal que molestaba mirarlo directamente, pero lo enterró rápidamente y su fulgor quedó atenuado. Y, entonces, nada.

La niña mimaba el suelo acariciándolo y regándolo. La gente a su alrededor parecía cansarse. Tras la novedad inicial sólo quedó un poco de polvo y aquel extraño ser vestido de harapos que daba la sensación de pedir, nunca podría dar nada alguien con esa apariencia de pobre. Así que se fueron dispersando. Alguno aún tenía la esperanza de ver maravillas naciendo del suelo, pero eran los menos y tenían que trabajar para pagar sus lujos. Sin darse cuenta se había quedado sola.

De repente, se puso a llover, era una lluvia torrencial de las que hace correr a la gente buscando un sitio donde guarecerse. Helena se levantó tranquila y se marchó por donde vino. Las personas con las que se cruzaba la miraban con curiosidad, al fin y al cabo era la chica que había ocupado todas aquellas horas de televisión, una mendiga sobre la que se debatía si echarla de la ciudad por improductiva o dejarle quedarse por caridad. Alguien de la que se había dicho que haría grandes cosas y de la que se comentó que sólo era un reclamo publicitario para venderles alguna cosa.

El ser humano tiene la tendencia de mirar sólo lo que le interesa. Si encima está acostumbrado a pensar en términos desmesurados hay muchos y pequeños detalles que se le pueden pasar por alto. Vieron, por ejemplo, la lluvia inmensa, llamativa. Se fijaron en el acto de marcharse. Pero no se dieron cuenta de la media sonrisa de Helena justo antes de levantarse, no advirtieron lo tensa que entró y lo relajada que se iba, no notaron la plantita que se abría paso a través de la tierra que la niña había dejado. Fue un poco más adelante, cuando ésta empezó a crecer, convertida ya en flor, que se escucharon los primeros grititos de sorpresa. Eran unos -oooooh!!!- que no parecían tener final. El rumor se fue extendiendo, también la fragancia que al competir con la pestilente polución no tuvo problemas para llenar cada rincón de la ciudad. No se hablaba de otra cosa. Se acercaban a verla dejándolo todo de lado. Era algo ridículo si lo comparaban con sus descomunales casas pero a la vez le llenaba de una alegría que nunca podrían obtener con ellas. No era nada que se pudiese explicar, como unas ganas de gritar, de reír, de estar vivo. Aquello era una locura que no se les hubiese podido ocurrir ni al mejor publicista. Además, a su lado se respiraba mejor.

A todos les entraron ganas de acercarse a hablarle a la planta. Le acariciaban los pétalos con una delicadeza extrema, le traían agua, canciones,… y ésta, agradecida, creció fuerte y robusta. Extendió sus raíces agujereando el suelo de cemento que había bajo su tierra y así fue resquebrajándolo. El viento trajo semillas que, aprovechando las grietas, decidían germinar allí. Nacieron arbustos, árboles, flores,… incluso las malas hierbas eran bien recibidas en aquel momento, porque todos traían los colores olvidados, llenaban los corazones de belleza y alegría.

Helena lo vio todo desde lejos, escondida en su cueva se fue a dormir feliz porque observó cómo la vida se volvía a adueñar de la ciudad. La gente sonreía, trabajaba sin prisas, deteniéndose a disfrutar cada instante. Eso le volvía a traer bonitos sueños antes de ir a la cama. Eso sí, sus padres que por fin se habían dado cuenta de su desaparición estaban un poco tristes. Por eso, les envió el jilguero para tranquilizarlos. Les explicó que estaba bien, que no se preocupasen. Que vivía con un tierno osito y una araña que le tejía ropa para no pasar frío, que ahora era feliz y que ellos también deberían serlo porque, por fin, las cosas eran como debían ser, preciosas.

LaRataGris.


Oniria

23 septiembre 2009

un indicador en blanco

me dio la bienvenida a Oniria.

Y, desde que estoy aquí creo en todo.

Incluso, a mis venticinco años,

vuelvo a creer en el ratoncito Pérez;

hecho insólito desde mi crisis del setenta y siete.

Lord Morpheus de Canterville

Habitante de Oniria.

Cuando Lord Morpheus decidió escoger Oniria como su nueva residencia lo hizo en vistas de un lugar tranquilo. Y tan tranquilo, con él doce habitantes, y no esperéis que lleguen más, al chocar con aquel cartel mudo lo escondió de todo posible viajero. De los otros once habitantes nada sabía, puede que se cruzara con alguno antes, pero lo tomaría como otro más; pues en Oniria sus habitantes creen convivir con toda una comunidad, aunque sean producto de su imaginación. Lord Morpheus trabajaba en un gran edificio cuyo dueño era Samuel Gaiman, amigo imaginario del undecimo en llegar a la ciudad. No es de extrañar, pues, que tanto el undecimo como el duodecimo se encontraran bajando en el descanso del trabajo, Maese Byrne bajaba de visitar a Gaiman. A pesar de ser de los pocos personajes reales de la historia no intercambiaron palabra, cada cual a su asunto hasta la planta baja. Se abre el ascensor y Lord Morpheus va a salir primero, pero no puede, un fuerte brazo le sujeta.

– “Espera, ¿no ves cómo caminan, vagueantes y errantes, espíritus sin rumbo ni descanso?”- pronunciadas las palabras de Maese Byrne, Lord Morpheus observa el lugar al que iba a entrar y por una de esas extrañas cualidades que posee Oniria, la imaginación de Maese Byrne se hace (hizo) del Lord. Un montón de zombies arrastran sus cuerpos por pavimento gris.

– “tranquilo, tengo una idea. Podemos subir entre plantas y provocar un cortocircuito en el ascensor, aquí no entrarán esos malnacidos”. ¿Qué podía hacer Lord Morpheus?, el nunca antes estuvo en tal situación, y el plan de Maese Byrne parecía bueno. Seguido a rajatabla lo dicho, dos de los doce comenzaron a vivir allí.

El asunto de la comida fue un poco más peliagudo, por suerte el pasado ventitres Lord Morpheus estuvo en las costas de Oniria, se le había metido un poco de arena en los bolsillos con la que tapizaron el suelo del ascensor, y con las semillas que Maese Byrne llevaba, por lo que pudiera pasar, hicieron crecer su propio huerto. El agua les vino de las lágrimas de insatisfechas hormigas, que sin pan que recoger, allí mismo se ponían a llorar, ellos recogían sus lágrimas en pequeños dedales que alguien olvidó en la esquina del ascensor. De ellos bebían y con ellos regaban su huerto que dio frutos a las tres horas de ser plantado.

Trece días viviendo así pasaron, más por su voluntad ya que si se hubieran preocupado en salir se habrían dado cuenta de que el décimo cambió el sueño y todo era de nuevo “normal” en Oniria…

 

LaRataGris.