En verano todo parecía distinto. Las calles se llenaban de emigrantes intentando recuperar sus raíces por un mes. Sobretodo venían los catalanes, pero también de la capital, de la ciudad de málaga y uno de bilbo con su mujer y su salvaje. Al crio de la canija le encantaba aquella variedad, aquel mezclar acentos en una misma lengua. Los mayores siempre mantenían un aire andalú algo rebajado pero sus cachorros eran demasiado finos, hablando de rebeldía y trastadas. Ellos fueron los que le explicaron que en las ciudades estaban rompiendo las paredes a golpe de spray y rotuladores, que la gente que tenía algo que decir ya no lo hacía en papel, igual que los que solo se querían hacer notar. Aquel agosto empezó a firmar como Grass Graff con los nietos de la Francisca.
– Quédatelos- le dijeron al acabar el verano- en barna es fácil conseguir más colores y si quieres, cuando se te acaben, ya te enviaremos más botes.
El otoño puede ser duro en un pueblo de tres calles, donde el único adolescente que vive todo el año es un vándalo al que le gusta manchar todas las casas blancas. Los dedos saben bien a quien señalar y no se reparten las culpas. Así fue como se terminaron todos sus sueños grafiteros. Acalló los rotuladores y se dedico a los mulos como manda la decencia: los llevaba hasta el pasto, luego a la fuente y, por el camino, de vez en cuando, siempre que nadie mirase, como un acto reflejo, disimulando todo lo que podía, solo a veces pintaba alguna piedra del campo. Luego la giraba para que sólo pudiese verla la tierra y seguía con la vida que le sabía a poco.
También podía hacer un rallajo sin sentido, que no se molestaba en esconder por su apariencia casual. Era como si a un cualquiera se le hubiese caído un rotulador y lo hubiese recogido inmediatamente. El monte empezaba a llenarse de ellos como algo inocente, un descuido sin sentido hasta que te alejabas.
En invierno su obra estuvo completa. Solo era realmente visible desde una carretera secundaria. Conforme rodeabas la montaña se iban uniendo cada uno de los puntos en un dibujo imposible de describir con palabras. Primero solo una parte que iba cobrando forma conforme los vehículos zigzagueaban por aquellas curvas sin final, luego una explosión al ver el cuadro terminado. Innumerables fotos y vídeos intentaron dar una explicación de aquella montaña increíble, firmada por Grass Graff no tardo en conocerse como tal: la montaña de Grass Graff. Igual que pólvora encendida se fue extendiendo por el mundo de las redes hasta conseguir que artistuchos con ansias de maestros se acercasen buscando al genial autor. Había quien buscaba las rocas pintadas para cambiarlas de de sitio, añadía sus propios colores, querían ser parte de aquello o destrozarlo. No parecía existir la indiferencia y por eso las autoridades prohibieron el paso, cuantificaron, mediante las imágenes existentes, hasta la china más pequeña y convirtieron aquello en la octava maravilla del mundo.
En primavera el pueblo despertó de su sueño, la señora Encarna recordó el nombre que repitió en un pleno del ayuntamiento. -Si el hijo de la Canija nos pinta las paredes que le hicimos encalar…- querían aprovechar todo aquel turismo artístico que parecía generar tanto movimiento. Su vandalismo empezaba a cobrar otra dimensión, más digerible, integrado en el paisaje y por eso le pidieron que volviese a colorear el pueblo… Pero el ya tenía nuevos intereses, tenía que llevar los mulos más lejos por culpa de la cultura y pronto sería verano cambiándolo todo.
LaRataGris