
¿sabes cuanta gente ha descargado ya esté cómic: La Segunda Lluvia?

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La entrada había sido acondicionada para que todos pudiésemos pasar, uno a uno, sin empujar, respetando el orden preestablecido.
Aunque siempre había quien gritaba tener más derecho a ser el primero. A ese, si no tenía dinero que respaldara sus argumentos, se le ponía al final de la cola por pendenciero.
Toda la humanidad, incluso la más inhumana, teníamos que entrar en aquel oscuro túnel mal ventilado. Nos apiñábanos esperando, con está esperanza, que todo hubiese sido un sueño. La fila era enorme, llena de familias inseparables y lobos solitarios, todos nerviosos y asustados, siempre así desde que tengo uso de razón. Nacemos y, evidentemente, morimos esperando la salvación al mal supremo. Es la existencia que nos ha tocado y así quieren que la creas, sin reflexiones.
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Penelope sabía bien como quererse. No necesitaba nada más que sus pensamientos; se tumbaba y se amaba salvajemente hasta acabar rendida, aunque no era sólo eso.
El otro hombre, el que vivía en la puerta de enfrente, no parecía contento con esa actitud. Había conocido a tantos otros hombres, era otro más desde su padre a su ex, pasando por hermano, amigos e incluso su madre había sido uno de esos otros hombres. Le decían que es lo que tenía que hacer, lo que estaba bien y mal, y uno tras otro era más represor, más exigente, más hombre,…otro más queriéndola bien educadita en la vieja escuela. Su vecino lo era, todo un incordio insufrible.
Al final, cansada, había llegado a un acuerdo con ella misma, les iba a dejar hablar siempre que no la tocasen, aunque pocas veces se conformaban con eso. Ellos querían protegerla, ese era el cuento que le explicaban, estarían guiándole hasta que encontrase su hombre diferente, el único e inalcanzable que, ella, tampoco quería. Se sentía hastiada de todo aquello, de las quimeras y la normalidad, unicamente necesitaba que una persona la quisiera y esa era ella misma. Ninguno de los otros hombres, solo Penelope sin querer huir.
Y a punto estuvo de llegar el impacto, colisionar con la antena y cumplir un cometido inverso al deseado por su desencadenante. Tal vez hubiese sido así pero, en el último instante, salió por una ventana el dueño de la parabólica. Gritando, exigiendo, obligando al Hercúleo superhombre a dejar el trasto en su lugar antes de que acabasen los penaltis….Así fue como el disparo puso un punto y final a la historia cuando el muy imbécil prefirió morir a vivir sin fútbol, necesitaba su droga más que la realidad.
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