se recostó sobre la barra del metro, dejando que el ronroneo del motor la acunase mientras moría. Su sangre caía constante y copiosa, formando un pequeño y rojo lago a sus pies.
-¿Se encuentras bien? – entreabrió los ojos para ver la cara gorda e infantil que no dejaba de repetir una y otra vez la misma y estúpida pregunta.
-Sí – apartó al otro- estoy bien.
-¿Necesitas ayuda?
– No, imbécil, soy perfectamente capaz de morir sin ayuda.
Y volvió a ignorarlo, dejándose caer sobre su barra.
Un grupo de niños comenzó a chapotear en el charco de sangre que se había formado. Por algunas zonas empezaba a cubrir tanto que podías zambullirte y salir pintado de rojo.
Un lobo emprendedor, rápido, avispado, decidió montar un negocio. Valló alrededor de la loca suicida y anunció una fábrica de pinturas metalizadas para coches rojos.
Había espantado a los niños, le dio un uno por ciento de las ganancias a la muerta.
Con el tiempo y la descomposición, el olor se hizo insoportable. El empresario despidió a su agotada materia prima, puso el cartel de cerrado y pronto, gracias al servicio de limpieza, se olvidaron de que allí hubo algo o alguien.
LaRataGris