«Demócrata» real
12 diciembre 2019Euforia
25 mayo 2015Alegría, una gran felicidad me inunda por que todos hemos ganado: tanto el ganado como la derecha. Ya sea por votos, incrementos, resistencias a las debacles, hacer historia y pactos. Enhorabuena a todos los ganadores. Desde la victoria pírrica a la verdadera, agridulce, suprema… todos los vencedores sonríen a cámara diciendo- hemos ganau- pocos son los vencidos, pocos y tímidos.
Curioso caso el de los políticos para los que no existe la derrota. Salen victoriosos incluso de las batallas perdidas, disculpen si ahondo en la palabra perdid…prohibida.
Larga vida al sistema que siempre genera triunfadores. Un país de reyes, de hombres y mujeres fuertes y poderosas, un municipio en el que siempre perdemos los que estamos en la cara oculta de sus políticas.
– Esta vez hemos arrasado los perdedores- así me lo ha dicho un pajarito que primero pidió mi voto. Pues yo me esperare para celebrarlo. Primero seguiré caminando. Si en mi senda me los encuentro, ya los felicitare si mientras caminaba han hecho, si es que les han dejado hacer, ese día estaré contento y lo celebrare.
De momento me mantengo expectante, aunque mentiría si no dijese que con cierta ilusión pero no euforia.
LaRataGris
La corte marchita
20 diciembre 2011Fue alrededor de las más hermosas flores, junto a un estanque sobre el que se paraban los rayos de sol para amarse, allí donde rompían las partículas en una orgía de luz y color hizo un alto la corte marchita y su rey decidió que se quedarían por toda una vida.- Estas tierras- proclamaron sus vientos- pertenecen desde ahora y por siempre al monarca supremo-. Buscaban lejos del palacio un sitio en el que esconder su decadencia.
Su majestad era un anciano arrugado al que su joven concubina pretendía planchar a base de caricias y húmedas palabras. Siempre se mantenía desnuda, pegadita a la piel del viejo para que nunca le faltase el calor que había perdido. Ella era la encargada de recordarle quien cuidaba sus flácidos pellejos, quien besaba sus labios de aliento putrefacto y quien merecería el trono en su cercana muerte. A su espalda la corte se extendía en una regia cola de vividores y pretendientes profesionales, jamás bajaban la guardia, siempre con el pertinente halago al hermoso, divertido y campechano amo de todas las tierras a las que alcanzaba la vista.
La fila, cada vez más infinita, iba relegando los peores trabajos a los que esperaban una oportunidad en el final de la misma. La última mierda tenía que correr de aquí para allá con los caprichos que bajaban por la serpiente de hombres y mujeres. Los privilegios de las más altas esferas se iban engordando de boca a oído hasta cargar de tareas al pobre infeliz que recibiese el encargo. El rey quiere faisán, la reina añade otro y cada súbdito pide más platos al transmitir la orden- faisán, patatas, pato, cochinillo, lechón,…- un festín a preparar por uno que adula, se desvive y evidentemente se cansa de ser un peón satisfaciendo tanto cuerpo flojo.
La última mierda dejó de endulzarles la vida, no quiso preparar ni arreglar nada más. Recibía encargos que obviaba y les hubiese obligado a trabajar si no fuera por que sus superiores desconocían la palabra y su significado. Empezó a cuidarse el sólo, con todo lo que sabía no necesitaba a nadie más. Por las tardes, cuando acababa de pensar en el se sentaba a ver como la corte marchita hacía honor a su nombre e iba palideciendo de hambre y vagancia. No quedó nadie por heredar el trono.
LaRataGris
El rey ciego
14 agosto 2011Todos los reyes son ciegos que no quieren escuchar. Si alguno toca algo de realidad, si huele la tristeza sobre la que gobierna, prefiere quedarse mudo a tener que paladear palabras que le obligarían, con su fuerza, a ser demasiado real, casi humano.
El día en que el rey ciego contó sus tres fortunas una vez más, poseyó a dos de sus cien concubinas y mató a un rebelde contrario a su bondad, ese día, se sintió envejecer. En apenas un segundo pasaron al menos veinte años que le volvieron rancio y deslucido.
Llamó al único consejero en que confiaba y vio que también se había gastado tras el cristal del espejo.- ¿Qué nos a pasado?- se interrogó sin fuerzas. Su reflejo, que llevaba al menos dos decadas preparando ese momento, sonrío sutilmente. Había ido añadiendo imperceptibles arrugas, cabellos desteñidos, caídos, ligeras lorzas y pequeñas flacideces que se habían unido para hacer el instante posible.
-Tu vida se acaba.- le insinuó con escasa delicadeza- alejate de tu castillo de nubes, conoce tu mundo y llevate el recuerdo de lo que gobernaste con sabiduría. Deja de ser uno de esos reyes ciegos.
Siguiendo los sugerencias del futuro monarca se desprendió de cualquier recuerdo del pasado y viajo de noche. Así podía volver a llenarse de los sueños que se escapaban de las casas dormidas. Empezó a ver su tierra a través de los ojos de sus súbditos, de las esperanzas e ilusiones con las que chocaba en su camino. Todo olía tan bonito y suave, tan distinto a aquel acumular sin deseo, que lloró superficialmente hasta el amanecer.
El nuevo día despertó con el ansia de ver todo lo que le habían prestado los ensoñaciones ajenas. Preparó sus cinco sentidos y descubrió que la vida de aquella pobre gente no era ni una simulación imperfecta de lo que había visto. Corrió hacía su palacio, sorteó a los guardias que, por orden de su soberano no le permitían el paso, y llego por pasadizos secreto hasta la habitación del rey. Allí intento explicar en balde que aquel sistema no funcionaba, necesitaban cambiarlo para que todos pudiesen vivir cuentos de hadas. Pero el rey ciego se había sacado los ojos, arrancado las orejas, cortado las manos, saturado de perfumes y tragado la lengua para no tener que sufrir como aquél rebelde que sería presentado al verdugo…
LaRataGris
Cuento corto. El escritor. El rey que no fue príncipe azul y la bruja que era el mismo
15 abril 2009Cuento Corto.
Principe y princesa, una bruja muere y el amor triunfa.
fin.
El Escritor.
Nació un sentimiento de belleza en el corazón de un escritor mediocre. Una chispa que creció hasta absorver a su dueño y le dejo tan ciego de tan intensa que era.
Se sentó, intentando calmar las hermosas palabras que se habían grabado en sus entrañas, ordenando cada sílaba para que la historia fluyera por su cuerpo, hasta una hoja en blanco que se burlaba frente a él. Pero su mente no canalizaba el torrente que desbordaba su interior.
Una punzada de dolor, una opresión, tensó sus músculos, retorció sus huesos hasta dejarlo exhausto, llorando en un rincón de la habitación.
Así lo encontró su mujer, con el sollozo de un llanto desperdigándose entre las paredes, temblando impotente.
Arrodillada, rodeando aquel despojo consumido por lacerantes estertores, intentó entender los labios mudos de su marido, buscando los sonidos que deberían producir al moverse de aquella manera en su cara desfigurada por el daño.
Desesperada rozó su boca con la de el, sintiéndose inútil por no poder entenderle y notó que eran sus labios los que, ahora, seguian a los de su amado, dejando escapar las palabras que él no podía formar.
– Una fábula se ha enredado entre mis venas, me desgarra para poder huir ¡pero no lo consigué! Necesio la llave que lo libere. Por favor ayudame- se apagó el susurro.
Decidida sujetó con ambas manos el cuchillo de mango rojo, tiñó la hoja de carmesí y lo giró ciento ochenta grados en la cerradura de su pecho, abriendo de par en par la puerta. Un hilillo de sangre manó de la herida, transformándose en un río inteligente que se detuvo en el folio, formando en escarlata un «Cuento Corto» que acababa con las palabras.
«a Teresa, mi musa e inspiración,
que libera lo mejor de mi.»
El Rey Que No Fue Príncipe Azul
Y
La Bruja Que Era El Mismo.
Érase una vez, en un reino lejano, que los cuentos eran todos diferenes. Los habían que acababan bien; aunque sorprenda, algunos mal y otros, que al terminarlos, no sabías si llorar o reír.
Se mezclaba la diversión con la crueldad y las dulces ancianas eran salvadas del estómago de fieros animales abriendo en canal sus cuerpos dormidos. También se rescataban a los pobres cabritillos y los pequeños sastres se envalentonaban con historias de asesinos en masa de molestas moscas que revoloteaban en habitaciones cerradas. Los gatos hablaban y se calzaban botas de siete leguas o formaban grupos de heavy metal con perros, gallos y burros.
Cualquier cosa que entretuviese al pueblo, que le hiciese olvidar los impuestos que el déspota monarca imponía a aquel lugar.
– Majestad- entró haciendo una reverencia el recaudador.- Vuestros súbditos os odian. Han escuchado de un tal Robin Hood y piensan que vos sóis el cruel enemigo de sus hazañas.
El rey, enfurecido, llamo al bufón de la corte, culpánolo de su pésima popularidad por difundir historias que entretenían a la plebe pero,- no son suficientemente buenas pues no me quieren más después de escucharlas.
– Oh! Perdonadme su graciosísima señoria,- tintineó al son de sus cascabeles al realizar una pirueta- sólo soy un humilde malabarista que- extendió los brazos y ensombreció el rostro en una mueca expectante- aún así he hallado la solción…
– Habla sin más rodeos- retumbó por la sala del trono la impaciecia del viejo gobernante- Y que por tu bien sea interesante lo que tienes que contar o no necesitarás de esa cabeza chiflada que sostiene tu cuello.
Con una mano en el gaznate y la otra sosteniendo un papel, el saltimbanqui leyó en voz alta y temblorosa un relato que llamó «Cuento Corto».
– Magnifica escenificación. Sublime parloteo. Un príncipe bondadoso, una reina hermosa y todos amigos del pueblo. Que sea, por decreto los cuentos serán amables, con reyes que engañen a la plebe con un maniqueísmo creíble.
Se quemaron las obras, sólo la tradición oral las mantuvo en la memoria de algunos niños.
– Te leeré «La cenicienta»- decían las madre y los padres- «Blancanieves», «La Bella Durmiente»- calando tan hondo en el corazón infantil que se reescribieron con otros nombres, cada vez más dulces e inocuos, con familias reales más bonachonas y queridas. Infinitos fueron felices y suculentas perdices, alegres finales.
LaRataGris.