Habían creado una máquina que pintaba el cielo azul celeste. No importaba la hora del día ni la lluvia.
La llamaron Azul Eterno.
Al principio la gente cantaba, bailaba contenta con sus días sin final. Ciudades de risas y alegrías se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Incluso los góticos parecían haberse adaptado a esta nueva situación cogiendo algo más de color.
-Tendremos que alargar las horas de trabajo- Dijeron cuando hasta el más reticente se había acostumbrado a días de veinticuatro horas.
Mantener todo aquello no era barato: los comercios tendrían que abrir más horas, las fábricas trabajar a destajo y, los robots humanos, sonreír complacientes para que aquel milagro durase lo máximo posible.
ya nadie sabía si dormía de noche o de día, si vivía o fingía vivir.
Se organizaron turnos para que la ciudad estuviese siempre despierta. Se separaron familias para que todo estuviese cubierto y el cielo, siempre azul, como recuerdo de una paraíso que nadie podía disfrutar.
laRataGris.