En sus largos trayectos en metro Andrea se escondía tras las páginas de un libro. Eso la volvía invisible a los extraños que viajaban con ella.
Fue el poeta quien no pudo dejar de mirarla mientras pasaba las páginas entre suspiro y respiración.
-A veces encuentro una flor en el desierto ¿Qué letras la habrán atrapado?- Se preguntó en prosa. Pero había forrado con papel de periódico la supuesta novela y él solo veía la pálida mano pasando páginas.
Un año vigilante antes de dar un primer paso; ella había desaparecido casi todo noviembre y la había echado de menos.
-Habrás estado enferma-pensó en decirle mientras se acercaba.
Aún se le notaba el rubor que la había alejado, la debilidad implícita en sus gestos. Antes de abordarla leyó por encima de su hombro, respirando el mismo compás.
-Casi te pierdo, mi amor.- como un susurro que ella intenta ignorar-. Te he echado tanto de menos que prácticamente no he vivido.- Asustada, ni se movió.
Mentalmente, el poeta, había anotado los libros que intuía en la emoción de su cara, con cada aventura le tejía el traje para una personalidad imaginada. Folletines para una chica soñadora.
Un día carraspeo antes de preguntarle la hora.
-Las dos y media- respondió cada vez más incómoda.
-Seguro que pasan algunos minutos, pero no te lo tendré en cuenta.
Cada dos días le repetía-¿Tienes hora?- Cada dos días ella pasaba más miedo-. Al final tendré que comprarme un reloj para no molestarte. Me llamo Ferran.
-Andrea- le dijo sin querer mirarle.
– Pareces tímida- pensó en voz alta- tendrás que cambiar.
…
Andrea llevaba más de un año viendo a Ferran. Siempre la miraba mientras ella procuraba disimular su nerviosismo. Se cambiaba de vagón y el aparecía. Adelantaba su viaje, lo atrasaba y él parecía conocer cualquiera de sus rutinas, sus giros programados.
Después de un año ya no tenía bastante con el metro; bajaba en su misma parada, aceleraba el paso hasta igualarlo.
Caminaba a cierta distancia, aprovechando las sombras para pasar desapercibido pero era imposible no verlo.
Empezó a correr para llegar a un trabajo que él ya conocía. Salía mirando en todas las direcciones y lo más rápido que podía regresaba a la seguridad de su casa.
Únicamente se sentía segura los domingos cuando atrancaba la puerta con siete cerraduras y nadie entraba ni salía de su fortaleza.
No sirvió de nada. Una mañana la asaltó a dos calles del metro. Llevaba un libro de poesía y cloroformo; llevaba muchas ganas de hacer lo que quisiera y Andrea desapareció.
-¿Te gusta?- Estaba atada a una silla de mimbre, con un libro abierto en el regazo con las letras apuntando en la dirección equivocada-. Lo siento- dijo mientras lo recolocaba hacia su invitada. Señaló una palabra al azar-. Me he fijado lo mucho que te gustan los libros de aventuras. Esté parece de los buenos.
Pasó las páginas al ritmo que creía que se tenía que leer. A veces demasiado deprisa, a veces más calmado; miraba el párrafo, contaba las conjunciones que le aceleraban. Se detenía en los puntos. Pero ella no leía- ¿Qué es tanto lloro? así no vas a poder leer nada.
-Por favor -respondió la prisionera-, deja que me vaya, no se lo contaré a nadie.
-¿Qué no vas a contar? ¿acaso ha pasado aquí algo que tu no hayas querido?- la golpea contra el suelo. Se le escapan las ideas en forma de sangre:»Es que no hay nada que contar», escribió el poeta con la nueva tinta roja.
No había días en la habitación. El poeta la alimentaba, ella olía su propia mierda y orín acumulados. Había pretendido controlar sus esfínteres sin suerte, tuvo que dejarse, olvidarse del pudor
-Por favor, deja al menos que me limpie.
– Me gusta como pides las cosas, tan educada, tan leída.
-Por favor….
le dió un beso condescendiente, en el pelo pegado por la sangre seca.
-Te quiero-.y se fue dejándola atrapada en la oscuridad más absoluta.
– Por favor, déjame salir. Haré lo que quieras.
…
Las capas de mierda, la falda un cartón de meados, la mirada perdida. El poeta observó con preocupación cómo se consumía su invitada.
¿No te está gustando el libro?- sin respuesta.-¿No lees?- miró las moscas que zumbaban sin interés-. Pensé que tú serías distinta, especial. Lo nuestro ya no funciona.
…
En diciembre conoció a otra. Se escondía tras un libro electrónico. La retroiluminación hacía que brillase como la luna brilla con el sol.
-Nunca me cansaré de ti- se dijo más para él que para ella-. Te amaré para siempre.
Mientras, su otro amor para toda la vida, moría de hambre en un sótano sin ventiLación
LaRataGris