Droganónimo S.L.

15 junio 2021

Se habían propuesto ser los mejores; no solo querían vender droga, querían que les compraran una experiencia única.

Cubículos reservados, decorados temáticamente para el gusto de un cliente exquisito. Los yonkis agradecían el trato diferencial, la extraña amabilidad con que los camellos les recibían. Aunque pagaban un poco más por cada gramo de obsesión, merecía la pena cada céntimo invertido por una mierda de mayor calidad que el resto.

El gobierno, atento, legalizó los paraísos que encerraban los problemas y, mejor aún, daba buenos dividendos.

Los gestores se volvieron locos adaptándose a la nueva realidad de los pequeños vendedores que pasarían de falsos autónomos a rígidos empresarios: haciendo estudios de mercado, tratando mal a sus empleados, intentando evadir los impuestos que ahora empezaban a pagar. El capitalismo lo había vuelto a hacer, fagocitaba, digería en marca blanca lo que creía necesario.

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Más luces

7 enero 2020

Más lucesld


El mejor amigo del hombre

22 octubre 2019

El mejor amigo del hombre

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Los fantasmas de vox

9 marzo 2019

Los fantasmas de vox

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Uniformados

22 enero 2018

La cara seria, evidentemente, lo más complicado. A la chiquilla le brillaban los ojos vidriosos, se le marcaban los pómulos en un rostro azuzado por el hambre, esculpido en tristeza.

Esa era su mayor preocupación, el resto no sería un problema. Los uniformes esconden los huesos hambrientos, igualan apariencias para que la mentira de la similitud tranquilice a los más pudientes. La imposición de la homogeneidad les eximia de resolver cualquier problema. Las barrigas rugirían la verdad escondida: Todos teníamos que ser aparentemente idénticos mientras nos guardábamos lamentables secretos.

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Ha sido tan cortita que igual te has quedado con ganas de un poco más en:

Payhip  o en Comic Square


Manualidades con sobres y banderas

16 noviembre 2017

Manualidades con sobre y bandera

 

Esto también lo monte como una manualidad: Payhip o Comic Square


Barrio conflictivo

21 mayo 2015

Barrio conflictivoBarrio conflictivo 2Barrio conflictivo 3Barrio conflictivo 4Barrio conflictivo 5Barrio conflictivo 6


El imperfecto

25 agosto 2014

Tras los disturbios culpabilizaron a los más pobres. Dijeron que eran destructores, vándalos y, algo peor, enfatizaron que ellos mismos, con su actitud en el pasado, su no hacer nada, habían empujado a la sociedad a aquella situación. Para los que tenían que esconder tan mala resulto su inactividad como su acción posterior.

-¿ quien de vosotros,- gritaban en las asambleas, haciéndose pasar por ciudadanos-decidme si solo uno de vosotros esta libre de culpa para poder lanzar la primera piedra?-. Por norma general nadie se atrevía a hablar. El que más, el que menos, había tenido que robar para poder comer. Se creían alborotadores por gritar su pena y la acusación directa les hacía agachar la cabeza y acabar con el problema.

– yo- las cabezas reunidas buscaron. El orador intentaba distinguir al gamberro.- yo que no estoy libre de culpa lanzare la primera piedra y la segunda si no tengo a nadie a mi lado, también la tercera.- un círculo de vacío rodeo sus palabras y el anciano quedo en evidencia mientras no dejaba de hablar- sin ser perfecto no me culpabilizo. Intento mejorarme aunque se que es imposible la perfección en una sociedad corrupta. Por eso puedo, debo, lanzarla por que cambio lo que me rodea y eso me transforma. Estoy cansado de delinquir en esta forma legal. Y vosotros, todos y cada uno de vosotros, también tenéis el derecho ganado para poder tirarla. Esconded la mano después, es necesario hacerlo mientras nos persigan por ser consecuentes, por ser razonables, lógicos, libres… Apuntad, calculad bien la trayectoria que si no, el uno por el otro dejaremos la casa sin barrer. Que la culpa es una excusa perfecta para el vago de moral.- tras un silencio se lleno la nada y una lluvia de piedras, de frutas podridas, cayo sobre el estrado.

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Equilibrios «nazionales»

23 enero 2013

Equilibrios nazionales


«Intergrados…»

12 noviembre 2011

Hasta ahora la ciudad triste nos apagaba en matices de negro y gris. Cada edificio era el tono de una misma escala cromática, homogeneizando un abrazo sombrío y desalentador. La roca y el cemento se habían convertido en prisiones para nuestros espíritus libres. Sólo eramos bichos muertos sobre el arcén. Nos movíamos pero eran estertores, reflejos de una vida consumida. Me asfixiaba aquel sobrevivir de la manada. – ¿Te gustaría salir corriendo?- y siempre era la misma pregunta a la que me aterraba contestar. Agachaba la cabeza y hacía como si no escuchase las voces en mi interior- ¿Te gustaría?.-

Todo aquello formaba parte de una fórmula que yo desconocía. Una ecuación que alguien había calculado para saber cuanto tenía que aplastarnos para que siguiésemos trabajando sin que el descontento nos levantase. No eramos felices pero tampoco sabíamos que hacer para cambiarlo, aquella era la única existencia que habíamos conocido. Pintábamos el interior de nuestras casas de colores pero la realidad que nos construían en el exterior seguía enquistándose sin remedio.

Un día cualquiera mi amigo un millón doscientos veintisiete mil cuarenta y tres se dibujó un corazón verde sobre la piel del pecho. Salió a la calle siendo el mismo número de siempre, con la plomiza camisa tapando la rebeldía, se le intuía distinto. Era una forma de caminar, una media sonrisa ocultando algo… parecía uno de esos niños a los que la escuela aún no ha podido enseñar a no divertirse. No podíamos dejar de mirarlo y no sabíamos por que. Antes de llevárselo preso me confeso su pecado y sentí miedo al saberlo, que no se me notase la rareza, que no empezase a comportarme como si no hubiese perdido la esperanza…

Borré mis huellas de todos los colores felices de casa. Pinté las habitaciones de tristeza, quemé mis ideas y empecé a pensar igual que me comportaba, todo fue inútil. Los perros siguieron su rastro hasta dar conmigo.- señor tres billones setecientos seis mil, se le acusa de intentar ser diferente.- y acabé atrapado en una prisión más pequeña. Yo no había hecho nada pero era tarde para defenderme.

Le pusieron precio a mi libertad; cada idea revolucionaria que entregase, cada cachito de inteligencia que les diera equivaldría a diez minutos menos de condena. Cumplí siete de los ocho años y pude salir a un mundo muy distinto al que abandoné. Nos habíamos sacrificado y la ciudad parecía haberse contagiado de nuestro esfuerzo. Todo se había llenado de color y ya no era la tumba que abandoné. Helicópteros de limpieza lanzaban cubas de pintura allí donde empezaba a deslucir. Ríos de colorante impregnaban cada calle, arrastrando a los transeúntes que también quedaban teñidos en la operación. Los responsables de la ciudad la habían pintado de optimismo y los perros velaban por que nadie manchase las paredes de verdad. Nuestro incidente les sirvió para darse cuenta de que la ilusión de libertad nos tendría mejor controlados que el desánimo, el sistema nos había integrado a su manera, habían transformado la ecuación para un mismo resultado.

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