A la calle por monarquico
11 agosto 2020Bonita
16 octubre 2017Ya de pequeña sabías que aquella niña era especial. Parecía brillar Como una estrella que acaba de nacer. Desprendía un calor y una alegría que te obligaban a adorarla como a una diminuta hada de la felicidad.
Creció y, lejos de disminuir su belleza, aumentaba con cada segundo de existencia. Era una maravilla que atraía todas las miradas, a la que le regalaban los oídos, no siempre con las palabras más adecuadas. Pronto se fue acostumbrando a las obscenidades más diversas, en cuanto la lascivia sustituyo a la admiración y no le quedo más remedio que perder la inocencia.
No podía caminar tranquila entre tanto guapa y silbido, eso en el mejor de los casos. Por eso decidió mutilarse, se rasgó la cara hasta que la sociedad dejo de admirarla y pudo dedicarse a ser feliz. Ya no la culpaban por como la veían, empezaban a tratarla como a los demás y solo le había costado la cordura.
Las víctimas no son las culpables
LaRataGris
La civilización del asesino
13 marzo 2017Caminaba recto, erguido como una tabla de madera, la cara mirando al sol. Su voz, profunda como la boca de un lobo, era potente, segura. Sabia lo que quería y exigía, ordenaba a su antojo. Estaba en un puesto de responsabilidad máxima, donde se le permitiría cualquier locura. Le habían asignado un equipo al que maltratar, que le odiaba por lo que representaba pero más por lo que era. si hubiesen podido le habrían clavado un cuchillo en el cuello. Aunque ahora, evidentemente, eran más civilizados, tanto que unos tenían que exigir mientras los otros callaban. Era una sociedad de expectantes asesinos que jamas se liberarían de sus restricciones.
LaRataGris
«Intergrados…»
12 noviembre 2011Hasta ahora la ciudad triste nos apagaba en matices de negro y gris. Cada edificio era el tono de una misma escala cromática, homogeneizando un abrazo sombrío y desalentador. La roca y el cemento se habían convertido en prisiones para nuestros espíritus libres. Sólo eramos bichos muertos sobre el arcén. Nos movíamos pero eran estertores, reflejos de una vida consumida. Me asfixiaba aquel sobrevivir de la manada. – ¿Te gustaría salir corriendo?- y siempre era la misma pregunta a la que me aterraba contestar. Agachaba la cabeza y hacía como si no escuchase las voces en mi interior- ¿Te gustaría?.-
Todo aquello formaba parte de una fórmula que yo desconocía. Una ecuación que alguien había calculado para saber cuanto tenía que aplastarnos para que siguiésemos trabajando sin que el descontento nos levantase. No eramos felices pero tampoco sabíamos que hacer para cambiarlo, aquella era la única existencia que habíamos conocido. Pintábamos el interior de nuestras casas de colores pero la realidad que nos construían en el exterior seguía enquistándose sin remedio.
Un día cualquiera mi amigo un millón doscientos veintisiete mil cuarenta y tres se dibujó un corazón verde sobre la piel del pecho. Salió a la calle siendo el mismo número de siempre, con la plomiza camisa tapando la rebeldía, se le intuía distinto. Era una forma de caminar, una media sonrisa ocultando algo… parecía uno de esos niños a los que la escuela aún no ha podido enseñar a no divertirse. No podíamos dejar de mirarlo y no sabíamos por que. Antes de llevárselo preso me confeso su pecado y sentí miedo al saberlo, que no se me notase la rareza, que no empezase a comportarme como si no hubiese perdido la esperanza…
Borré mis huellas de todos los colores felices de casa. Pinté las habitaciones de tristeza, quemé mis ideas y empecé a pensar igual que me comportaba, todo fue inútil. Los perros siguieron su rastro hasta dar conmigo.- señor tres billones setecientos seis mil, se le acusa de intentar ser diferente.- y acabé atrapado en una prisión más pequeña. Yo no había hecho nada pero era tarde para defenderme.
Le pusieron precio a mi libertad; cada idea revolucionaria que entregase, cada cachito de inteligencia que les diera equivaldría a diez minutos menos de condena. Cumplí siete de los ocho años y pude salir a un mundo muy distinto al que abandoné. Nos habíamos sacrificado y la ciudad parecía haberse contagiado de nuestro esfuerzo. Todo se había llenado de color y ya no era la tumba que abandoné. Helicópteros de limpieza lanzaban cubas de pintura allí donde empezaba a deslucir. Ríos de colorante impregnaban cada calle, arrastrando a los transeúntes que también quedaban teñidos en la operación. Los responsables de la ciudad la habían pintado de optimismo y los perros velaban por que nadie manchase las paredes de verdad. Nuestro incidente les sirvió para darse cuenta de que la ilusión de libertad nos tendría mejor controlados que el desánimo, el sistema nos había integrado a su manera, habían transformado la ecuación para un mismo resultado.
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La nueva ecuación
18 mayo 2011Los días pasaron de largo, se perdieron sin darnos cuenta y ya eramos ancianos recordando las batallas perdidas, los momentos fugaces en la inercia.
Ya no quedan rebeldes de más de treinta, consumieron su efímera profesión en gritar consignas heredadas. Las mismas palabras que jamas derrotaron la violencia de piedras fueron nuestras armas, idéntica desilusión e ineficacia. La derrota que explicaban nuestros padres actualizada a los tiempos modernos, con actores amateurs improvisando un dialogo mil veces representado.
Y, sin embargo, las palabras, los actos que son más importantes que un hablar por hablar, hervían. Quemaban al salir de las bocas, se dejaban arrastrar suavemente por el viento y prendían en el cielo, donde todos podían verlas, incluso los que no querían. La vida teñida de rabia, de no querer esperar promesas de nunca llegar.
Empezaron a juntarse voces, se hicieron confusión, se pisaron unas a otras y el mensaje pareció perderse.
Uno y uno son dos desde el colegio, cuando te enseñan a restar imaginación, sueños, ilusiones… Las ecuaciones cuadran, se resuelven recordando una solución, el final de los cuentos es siempre el mismo y aprendes a encajar en el único resultado al problema. Eres uno y uno y uno y uno… sumando arquetipos, siendo un número de personas equis, haciendo lo que se espera.
Todos los gritos coincidieron en pedir silencio, en borrar la suma y juntarse. Ser sólo uno más potente e imparable hecho de personas. resolverían la misma ecuación de siempre, con un significado diferente, un error en los libros, una nueva forma de ser. La incógnita actualizada necesitaba ingenio e improvisación, ausencia de lideres y de conclusiones impuestas… algo de lo que el poder prefiere carecer. Uno y uno tenía que dejar de ser dos- somos individuos viviendo en sociedad, no conjuntos de esclavos consentidos.- Ya no podían seguir ignorando con la excusa de no entender el mensaje.
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