1.El precio de un CD.
Veinticinco de Noviembre:
Oscar siempre apuntaba el día en que había tenido una idea que él creía excepcional. Lo hizo al escuchar hablar del canon que debía salvar la cultura y él consideró estúpido. -“ Te dicen que no puedes copiar un CD si no pagas a su autor“- escribía a finales de mes -“ y, por otro lado, te explican que los compactos serán más caros para sacar el dinero que no obtienen de la piratería. Así, si no copias algo prohibido te están timando, pagas más del uso que le darás. Te incitan a delinquir para no ser un primo“- concluyó tajantemente su aseveración, marcando el año en que había concluido el tema y rubricándolo con su firma. Igual que siempre terminaba sus ideas geniales.
2.La idea genial.
Oscar vivía en una tensión constante, a la espera de que los momentos de lucidez no le pasasen desapercibidos. Siempre llevaba consigo una pequeña libretita, en la que poder dejar cualquier pensamiento, y dos bolígrafos, por si alguno de ellos fallaba le quedase el otro.
No podía descansar ni en el placer de un sueño, por eso, pasada la medianoche se despertó oprimido por la ansiedad. Palpó a oscuras, buscando su libreta y, sin encender la luz, garabateó como pudo la fecha y una palabra para recordar al despertarse lo que había imaginado.
Sonó el despertador, como un acto reflejo se incorporó para leer lo que había escrito- Veinticinco de Noviembre. Cuento-, atravesando en diagonal la página. Con una letra que más parecía un jeroglífico-«Cuento“ – pensó antes de comenzar a desgranar lo que podía ser“- recuerdo un caballo blanco, una película tonta de la tele y justo antes de ser atrapado por Morfeo…-sin darse cuenta, dejó que sus maquinaciones arrastrasen a la mano, guiando la pluma por los vericuetos de una de las historias más hermosas que nadie halla podido inventar. Un año le llevó concluir las veintisiete páginas, con sus revisiones y retoques, hasta que finalmente se sintió satisfecho y la coronó con la firma y el año en que concluyó.
Dos mil cuatro.
3.A cien un pensamiento.
Fue nada más acabar su historia cuando Oscar se vio impelido a escribir de nuevo. Sabía que aquellas líneas eran lo mejor que había escrito nunca, que cualquiera se sentiría orgulloso de hacerlas suyas y el, que quería compartirlas, quería evitar que cualquiera escribiese otro nombre al acabar aquel texto. Por eso apunto -“ Dos de Diciembre. La tierra para quien la trabaja pero, y los pensamientos, ¿a qué precio están actualmente?¿Defiende, realmente, la SGAE el derecho de todo autor?- dejó el texto inacabado, a la espera de informarse y luego confirmó sus sospechas, con las que terminó de escribir -“ No basta con las ideas. Para que el pensamiento te pertenezca primero tienes que pagarlo. Si no, aún con la autenticidad de la firma, es como un anónimo del que cualquiera puede apropiarse. Es curioso pagar por un placer que nace de uno mismo. Sobre todo si se tiene en cuenta que no se quiere sacar ningún beneficio de él“- miró sus bolsillos vacíos -“ Tendré que esperar a compartirlo hasta que solucione el problema del hurto intelectual.
4.Las multas del pensamiento.
Finalmente, Oscar, decidió arriesgarse. Un domingo de invierno salió a la calle con una silla y se puso en pie sobre ella. -“ Señoras, señores. Disculpen si les molesto en algo pero, aquel que no quiera escuchar es libre de marcharse sin haber recibido ofensa alguna a su intelecto“- Apenas cuatro se quedaron a escuchar el resto del discurso- «Soy escritor y mi dinero no es el suficiente para proteger mis textos de posibles ladrones. Por eso apelo a ustedes. Me gustaría compartir con ustedes un cuento que creo será de su agrado. Por favor, escúchenlo y, si en verdad lo consideran interesante, les agradecería unas monedas que me permitan atarlo a mi“ – Dicho esto sacó unos papeles y comenzó a leer para ver cómo, poco a poco, más gente se iba acercando a su círculo. Aquel día muchos llegaron tarde a sus citas y los móviles de sus oyentes se silenciaron para no interrumpir la hermosura de las palabras. Sin embargo, a pesar del placer, pocos dejaron constancia monetaria de la diversión que habían obtenido.
En cualquier caso, el experimento no había sido un fracaso y, pasada una semana, habiéndose corrido la voz, un público numeroso esperaba al nuevo juglar del reino. Y a la siguiente aún se apretaban más personas, cada siete días la aglomeración era mayor, hasta que, por fin, le dio a Oscar para pagarle a la SGAE.
-«Oscar Antonio Sánchez“- leyó el funcionario su carnet y el ordenador- «Celebramos que haya venido. Un segundo, por favor.»
Juzgó extraña la coletilla, era como si le estuviesen esperando sin él haber anunciado visita alguna. En apenas un minuto apareció tras la ventanilla otro funcionario, este con una carpeta de color negro en la que se leía su nombre sobre una pegatina.
-Señor Sánchez, pase por aquí, por favor – No parecía ser amigable a pesar de las buenas maneras- le informo que el señor Bayona, propietario legal del texto Historia de un cuento corto, le ha demandado por utilizarlo sin su permiso para obtener dinero. Aún no le habíamos enviado la carta pero su providencial visita nos ahorrará ese trámite. Si es tan amable de firmar sobre la línea de puntos y pagar su deuda desestimaremos emprender cualquier acción contra usted.
5.Sin dinero ni futuro.
Oscar no creía que la justicia fuese la mejor solución para alguien sin poder. Aún así, se embarcó en la defensa de lo que era suyo.
Reconoció al señor Bayona como uno de tantos. Lo recordaba por sus repetidas asistencias a su monólogo de los domingos. Nunca pagaba por lo que escuchaba y, sin aviso previo, dejó de aparecer por allí. Ahora volvía a verlo cada día, en todas las revistas donde le preguntaban cómo se le había ocurrido aquel bestseller que lo había hecho famoso. Había amasado tal fortuna que podía permitirse las minucias de un proceso largo. Oscar, en cambio, perdió su trabajo por las continuadas ausencias para asistir a las vistas y se había quedado sin nada por ganar lo que ya había perdido de antemano. Gastó su último euro en comprarse una libreta y desapareció de la vida pública. Sin dinero y, al precio que están las cosas, obviamente, sin futuro.
6.Escondido.
Veintinueve de Noviembre.
Prácticamente no apunto nada, lo guardo todo para mi, aunque ahora mismo eso no tiene importancia. Cuando estás en un sanatorio mental cualquier cosa que puedas pensar es considerada una locura tonta que no lleva a ningún sitio. De todas formas, prefiero no arriesgarme, sé que los celadores registran mis pertenencias y alguno podría tener la inteligencia suficiente como para saber qué está leyendo.
Los demás locos respetan mi intimidad, no hablo con casi nadie y lo único que sé del mundo exterior es que todo ha sido como una canción de verano. No ha publicado nada más interesante, pero con lo que ha obtenido ya puede vivir tranquilamente. Me consuela el saber que yo me llevó parte de su fortuna al obligarle a pagar las minutas de sus abogados.
El doctor dice que me estoy curando de mi manía persecutoria, yo sé que si me sacan mataré a ese cabrón. Creo que se lo diré para que alargue mi estancia aquí, me siento a gusto porque tengo mucho tiempo para pensar y ya he escrito en mi cabeza cuatro cuentos más, querría acabar un quinto antes de salir, espero que sea posible.
dos mil cuatro
LaRataGris.